martes, 30 de diciembre de 2008

Milagrito

Después de 4 paradas cardíacas, 19 operaciones en la cabeza, 7 paradas respiratorias y 7 meses en terapia intensiva, la llamaban Milagrito. Yo sólo tuve oportunidad de verla unos minutos, me tropecé con ella en la entrada de su casa. Yo entraba de huésped, ella barría de hotelera. O más bien, de hija de hotelera, porque ahí la que llevaba el negocio y la voz cantante era Yakelín, la matriarca de la familia. La enfermera de Caibaren que se había casado joven y como segunda hija había tenido a Milagrito. A la niña cuando era todavía muy pequeña, le tocó ser testigo accidental de un pleito entre un pescador y un local. Nunca pregunté porque se inició el pleito, pero el caso es que la niña estaba ahí, distraída y haciendo cosas de niñas cuando el proyectil del arpón se incrustó en su cabeza. Y luego sucedió todo eso: 4 paradas cardíacas, 19 operaciones, 7 paradas respiratorias y 7 meses en terapia intensiva. Le cambiaron el nombre, de Mairena pasó a Milagrito. Y sin saberlo le habían cambiado la vida. Tal vez ella jamás se dio cuenta o ni siquiera alcanzó a recordar a Mairena. A lo mejor ahora solo la ve en contadas ocasiones, como cuando posa para que le tomen fotos y entonces sin quererlo y sin saber como, invoca a Mairena que se aparece en su semblante serio. Pero por lo demás Milagrito no se acuerda de Mairena. Milagrito tenía 16 años, y a esa edad ya sabía que para ella en aquel pueblito no habría nadie. Su cara había quedado desfigurada por la multitud de operaciones y aunque se pusiera el pelo delante y casi siempre pudiera disimular las cicatrices, el volumen irregular la delataba. Milagrito sabía que sus mejores momentos eran los 5 primeros minutos de cualquier encuentro. Ese era el tiempo en que el interlocutor solía dudar de sus capacidades. Salía en ese momento una Milagrito tímida y sonriente, amable, acreedora de algún sencillo secreto. ¿Cómo podría conquistar ella a un hombre en esos 5 primeros minutos? Cuando yo la vi estaba barriendo silenciosa la entrada de la casa de renta en la que nos alojábamos. Llevaba una camiseta rosa chillón apretada que le amoldaba los pliegues de carne, el pelo suelto, unos pantalones negros y varias alhajas en las manos. Casi no nos dijo nada, nosotros tampoco, pero su madre nos detuvo unos pasos más tarde. Ella es mi hija. Nos volteamos corteses a verla. La saludamos, ella nos devolvió un cabezazo amable. ¿Qué les parece? Abuela tan joven… Y sí, precisamente estaba mirando la barriga de la chica cuando lo dijo. Para ese momento nosotros todavía no sabíamos nada de su historia, así que dejamos pasar el embarazo como un hecho cotidiano en la historia de los pueblos. Al día siguiente Yakelín nos contaría todo lo que yo he escrito y las dimensiones del embarazo serían diferentes. Entre la multitud de parches que las operaciones habían dejado en Milagrito había dos que convertían su embarazo en un riesgo: la epilepsia y la meningitis. ¿Cómo entonces había osado Milagrito embarazarse? La prisa que infunda el miedo. A su corta edad había pensado que ningún hombre iba a quererla jamás y había visto esto como una catástrofe ilimitada, entonces esperó ansiosa al primero que quisiera aceptarla y se ofreció a él por entero. No sé si Milagrito contaba con el embarazo o si él contaba con el embarazo, pero la cuestión era que ahí estaba. Yakelín creía que todo había sucedido porque el tipo, mayor que Milagrito y en sus plenas capacidades, quería aprovecharse del negocio familiar – la casa de renta – y embarazando a Milagrito se había unido de manera irreversible a esa familia. Independientemente de la resolución de la historia, después de la experiencia que le espera, Milagrito en sus escasas posibilidades tal vez descubra algo fundamental de la vida: no es necesario atarse para amar ni sufrir para ser amada.

lunes, 29 de diciembre de 2008

pausa


Cuando estoy triste pienso: ¿Estarás conmigo solo porque estás tan sólo como yo? He tenido la sensación de aburrirte, de hacerte insatisfecho, de dejarte ansioso por aquello que estabas buscando y sin embargo, en el momento de pausa me miras y me dices te quiero. Ya sé que en realidad lo hacías más antes. Ahora yo también he aprendido a hacerlo. ¡He aprendido tantas malas costumbres! Se me dan bien. Y es que yo en realidad creo que los gatos tienen 5 patas y que 3 más 3 son 7. Pero mientras resuelvo mis enigmas podemos darnos una pausa.

sábado, 27 de diciembre de 2008

soy adicta a los 3 primeros meses


A veces pienso que soy adicta a los primeros 3 meses. Después de esa barrera temporal todo se desvanece. Lo que parecía ser un futuro prometedor se suele convertir en un presente ilusorio y poco atractivo, las virtudes que tanto me hacían vibrar se vuelven escandalosos detalles idiosincrásicos que me erizan los nervios. Y siempre es así. Pocas veces mi amor supera esa barrera. Debo ser una especie de amante a corto plazo. Últimamente la madurez me ha traído un poco más de persistencia y tolerancia, así que puedo alargar mis relaciones unos 2 meses más con la elegancia de quien está de vacaciones y no puede regresar a su trabajo porque ha perdido el vuelo. Suena horrible, lo sé. Pero no solo para ellos, para mi también. Tal vez más. Ellos no se cansan de tropezar siempre con la misma piedra. En cambio yo parezco ejemplificar en mi misma el dicho “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.” Porque no creáis que en cada nueva relación no pienso que realmente ese amor es verdadero, y casi siempre lo es, pero también pienso que es duradero, y aunque lo crea como la más fanática beata, resulta no serlo. Así que imaginaros que frustrante ha de ser estar en mi situación. Es como si estuviera continuamente viendo espejismos de oasis en un desierto. Corro hacia ellos, estoy a punto de tocarlos y pum! se desvanecen. Paso un pequeño (para que vamos a engañarnos) período de duelo y como el hombre vive de esperanza, al poco tiempo ahí estoy de nuevo: enamorada del amor.

sábado, 20 de diciembre de 2008

deseos


Yo recuerdo haber sido la niña que le gritaba Cabrón a su abuelo en el vídeo familiar. Tengo recuerdos de haber sido la niña que después de caerse 5 escalones llegaba al suelo y rechazaba la ayuda diciendo ya está, ya está. Recuerdo también abrirme la rodilla con el alquitrán en grano al huir de la pescadería con el canasto de mi madre en un acto heroico ¡Y ahora me siento tan lejos de todos esos recuerdos! Busco esa niña día tras día. A veces pienso que tal vez con espartanismo y ascetismo lo pueda conseguir, entonces dejo de fumar 15 días, no bebo y salgo poco. Atisbo algo de lucidez en esa sobriedad, pero siempre llega un momento en que acabo abandonándome de nuevo. No soporto estar en un único estado de consciencia. Me aburre. Pienso luego, que nunca podré tocar a esa niña de nuevo. Que nunca alcanzaré mis metas porque soy una perezosa, una alma sin voluntad. Y me odio con vehemencia. ¿Debe una luchar por algo que no le es natural? ¿No deberían ser nuestras metas iguales a nuestros deseos? Tenía mucha razón, quien hace un tiempo, me dijo que lo verdaderamente difícil es saber lo que deseamos realmente. Porque haceros la pregunta: ¿Qué es lo que deseáis? Sinceramente, es complicado responder a esta pregunta sin pasar por la barrera de “lo que escogisteis desear” y prometisteis conseguir, y que de no hacerlo, será alta traición al propio ego. Así que muchas veces más nos vale responder una mentira y seguir fingiendo que realmente deseamos lo que escogimos, hacer creer que somos firmes en nuestros propósitos para que nos tomen en serio y que estamos dotados de cierta clarividencia mental que nos conducirá irremisiblemente a la meta. Imaginaros ahora la meta. ¿De qué valdrá si no es realmente lo que deseamos? Me pregunto si nos conformaremos en haber logrado lo que aparentamos y si eso nos dejará tranquilos por el resto de nuestra existencia.

viernes, 21 de noviembre de 2008

el lobo estepario


Eres como un Lobo Estepario. Solo te juntas para procrear. – Casi no podemos mirarnos a los ojos, pero estoy segura que él me está clavando la mirada tanto como yo a él. De vez en cuando, las luces de Navidad de la vecina me permiten ver con más claridad, entonces trato de buscar algo en su rostro, algo que me haga comprender que es lo que él busca exactamente. ¿Ah sí? Sí, no te creo cuando dices que si tuvieras hijos nunca los dejarías al otro. Estoy seguro de que tú los abandonarías con más facilidad. Ciertamente no se anda con rodeos. Siempre le digo que es un kamikaze, y él lo reconoce. Trato de pensar en lo que me dice, de no buscar que es lo que quiere decir cuando me dice eso, que es lo que pretende él, qué efecto dramático busca en mí o aún peor, cómo se aprovecharía él de esa hipotética situación si jamás se convirtiera en realidad. Pienso, me concentro. Puede ser. Hay dos escenarios opuestos: y en los dos soy esclava. Inmediatamente se me resbalan dos lágrimas, no por lo que él me ha dicho, sino por lo que yo acabo de decir. En una profunda parte de mí sé que tengo toda la razón y me aterra. En mi mundo futuro la única forma de salir de la esclavitud es no tener hijos. No haberlos tenido nunca. Sé Este último pensamiento una Lili futura lo formulará en algún momento, y me odio por los pecados que aún no he cometido. Por eso lloro más y entonces él puede ver el sendero mojado que brilla con los colores de las luces de Navidad de la vecina. Le dejo el tiempo justo para que pueda verlo con claridad y luego le doy la espalda. Me abraza por detrás, ¿Estás llorando? - Sí. Perdón, no quería ofenderte ¿Me perdonas? – No me has ofendido. Y aunque sé que sí, que sí querías provocar en mi este llanto, que te lo concedo como un parte más de nuestra realidad trágica que tanto nos gusta, no me has ofendido. No eres tú, soy yo. Y aunque tal vez en realidad si quisieras ofenderme – yo no creo conocerte de siempre, pero te intuyo – no me ofendes. Me haces admirar el profundo pozo de petróleo que brilla en ti y que esconde esa basta inteligencia que no sé todavía hacia donde va.

domingo, 16 de noviembre de 2008

siesta de sábado

Estoy tumbada en su cama. Miro el techo escarapelado, la pared quemada por el lugar por donde aparece el cable y cuelga la bombilla desnuda. Los trozos de yeso penden tranquilamente sobre nuestras cabezas. “Algún día se nos caerán encima mientras dormimos” pienso. Y me acuerdo de que seguimos en la cama, dormimos. Me he despertado a mitad de siesta sin ser consciente. Me doy cuenta de que esta pequeña vigilia no durará mucho. El letargo de hoy nos tiene atrapados. Sigo observando. Dos toallas que cuelgan de la ventana, una de cada lado. A veces las usa de cortinas, cuando no quiere que entre el sol o que algún vecino nos vea. Ahora da igual, están colgando y puedo ver sus contornos deshilachados por el uso. Todo aquí está tremendamente usado.
La música sigue sonando. No sé que es. Música clásica. No molesta. Cerca de su nuca, al otro lado, la luz roja del contestador automático parpadea. Así está desde ayer. “No han dejado mensaje, colgaron” – pero la luz roja sigue parpadeando como si allí hubiera algún mensaje guardado, esperando. Desconfío y esa lucecita roja me lo recuerda. Infinidad de libros y películas nos rodean. Apenas hay espacio para meter los pies entre ellos y la cama. A pesar del uso y el desorden la cama es cómoda, muy cómoda. Tan cómoda que me permite dormir más de 12 horas sin sentirme culpable. Él sigue tumbado. Durmiendo. Dice que yo no podría observarlo mientras duerme. “¿Tú crees?” le contesto con tono desafiante. “Sí, tengo el sueño demasiado ligero. “ Pero se equivoca, como cuando me dice que no soy tan fuerte como me gustaría. Soy tan fuerte, que a veces me gustaría ser débil.

sábado, 25 de octubre de 2008

llueven mangos

Una pide mangos y le llueven mangos – me dice Alice por mail. Tal vez tenga toda la razón, pedimos cosas a manos llenas pensando que el destino es incorruptible y que nunca obtendremos lo que pedimos. Esa suposición de imposibilidad nos hace libres del miedo, no creemos que nos den lo que anhelamos, pero tampoco las consecuencias que esos deseos podrían traer. Y resulta que un día te levantas por la mañana y los mangos que habías encargado tres años atrás están bellísima y perfectamente empacados en la puerta de tu casa con una nota de entrega: Para Liliana. Los mangos.
Zas. Los mangos, caray. ¿Y ahora que hago yo con los mangos? Es un chiste del destino. ¿Qué pasará con los anhelos de la semana pasada? - me pregunto.
Resulta un hecho muy curioso de todo esto: descubrimos que hay sentimientos verdaderos dentro de nosotros. Ajá. ¿O no hemos pensado todos, después de cierto tiempo, que nuestros sentimientos hacia alguien habían sido una mera ilusión, un espejismo? Pues resulta que dentro de todos esos sentimientos que pasamos a la maleta de viaje, hay algunos que fueron ciertos, tan ciertos que cuesta creer que los podamos dominar. Parecen entes autónomos con derecho a existir. Y aunque pongamos muchas oposiciones, miedos, experiencia y lógica sobre ellos, estos florecen sin reparos, alimentados por esos mangos que creímos que nunca iban a aparecer. Tres años después esos sentimientos vuelven a aparecer como lo hicieron la primera vez, y entonces no me queda más que admitirlos y aceptarlos, comerse los mangos a manos llenas, como quería. ¿Qué resultará de todo esto? No lo puedo responder. No puedo saber. Tal vez esté en este instante pidiendo cosas que lleguen en unos años para cambiar mi vida de nuevo.

lunes, 20 de octubre de 2008

la fuerza centrífuga

El sábado por la mañana me desperté como muchas otras veces serpenteando. Tratando de buscar con mis nalgas un hueco en la cintura del otro. Una vez empiezo, y siempre que tengo ganas no puedo evitar empezar, no sé parar. Y así me encuentro en un espiral del que una no puede salir tan fácilmente. Estaba yo el sábado por la mañana, tumbada en la cama, con los ojos cerrados pero ya casi despierta, pensando en que debería parar lo que estoy empezando. Pero no puedo hacerlo, me cuesta resistirme, aunque me doy cuenta que la persona al otro lado no reacciona, lo cual, en estas circunstancias equivale a una rotunda negativa a mi propuesta de que seamos dos lagartijas. Es como si dejarme extinguir no fuera suficiente para detenerme. Podría sentirme mal por ello - pienso. Podría sentirme despreciada por hacer lo que estoy haciendo, prácticamente a solas. Pero ninguno de esos sentimientos me viene al corazón. Simplemente deseo, y eso, lo inunda todo. El deseo es egoísta. Me concentro en el placer que produce estar en contacto con una piel desnuda amable. Pero él se aparta. Definitivamente, no quiere. No quiere que encuentre el hueco donde acurrucarme a mi y a mis nalgas. No trato de pensar porque, ya sé porque, y no tiene nada que ver conmigo. Me gustaría poder pasar por encima de esos porques y pisotearlos hasta hacerlos añicos invisibles. Pero parece que no voy a poder. Cada héroe lleva su condena. La fuerza visible no es más que la victoria de los demonios internos de cada uno. Y él tiene derecho a tenerlos tanto como yo o cualquier otra persona. Así que para detenerme me verbalizo: por favor, levántate o no voy a poder dejar de serpentear. Y en el gesto de hacerlo, se cae al suelo. La persecución lo había llevado hacia el extremo de la cama y finalmente, había caído. Impagablemente ridículo – pienso. No él, sino la persecución a la que lo he sometido. Me tiraste de la cama – dice. De tu cama… - le contesto. Y ahora que le veo bien la cara puedo darme cuenta de que está sufriendo, y me siento mal. Me molesta convertirme en una presencia incómoda. Recojo mis cosas rápidamente mientras él se ducha – a mi no me ofrece ducharme – detalle, que aunque no hubiera aceptado, no se me escapa -. Sale tan rápidamente de la ducha que yo apenas me estoy poniendo los zapatos. El hombrecillo lucha contra el tiempo o contra el tiempo que aún le queda conmigo. En la puerta de su casa me despedí diciendo que iba a desayunar algo. No esperaba que me acompañara, ni debió haberlo hecho. La culpa mueve las manecillas del reloj del Conejo de Alicia. Entramos en el restaurante vacío y frío, nos dieron un expresso que no era expresso, y unos huevos a la cazuela que no eran a la cazuela, en sintonía con nuestra mañana que tampoco era mañana. Nos sentamos a comer incómodos, ahora yo también, uno al lado del otro, esperando que la comida nos llenara la boca para no tener que hablar. Y lo hizo durante un rato, aunque no lo suficiente para regalarnos un final feliz. Gracias por los cigarros que has dejado en mi casa - . Menudo comentario. ¿Ese es el resumen de la noche? ¿Gracias por los cigarros? - le contesté. No, bueno, también me lo he pasado muy bien. Me reí. No hace falta que lo digas así, pero tampoco que lo digas de la otra manera. Es que no tengo tanta paciencia. No sonó muy amable. Al cabo de unos minutos cogió la mitad de su bocadillo para llevar y se levantó con la excusa de que tenía mucho trabajo. Me dio un beso bastante largo, seguramente pensando que sería el último que me daría. Pero a las 9 de la noche de ese mismo día, rindiendo un homenaje al destino, ya me había llamado.

lunes, 29 de septiembre de 2008

salado pero dulce

Quería comer salado pero terminé comiéndome dos plátanos y un bowl de cereales. Cuando llegué a casa estaba tan nerviosa que no paraba de dar vueltas por el salón y la cocina. En algún momento mi cerebro debió centrifugarse y me confundí. Dos plátanos y un bowl de cereales, a pesar de que quería comer salado. Si pudiera suspiraría con profundidad y lloraría sobre el hombro de mi madre: ya estoy harta! – le diría. ¿De qué estás harta tú, que haces lo que quieres? – me contestaría. De no tener todo lo que quiero. ¿Todo? Bueno, la felicidad. Y dejaría que me acariciara el pelo mientras lloro a moco tendido. Pero el hombro de mi madre está cruzando el Atlántico y yo hace tiempo que no consigo llorar. Escribir esto debe ser una especie de sucedáneo. A veces pienso que la felicidad consiste en sacarle provecho a cada momento, no me refiero al Carpe diem sino a algo más duradero que el placer momentáneo. Que el provecho que saquemos a esos momentos sea para nuestra pequeña eternidad. El problema es que yo a veces me atraganto con la realidad, sobretodo cuando está sola.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

5 mandamientos

Si volviera 10 años atrás cambiaría muchas cosas, no por rectificar, sino por probar. Es decir, cometería el mismo error que en una existencia primeriza: el de ensayar con la primera y única oportunidad.
No fumaría, eso por supuesto. Trataría de olvidar el dulce recuerdo del humo y fingiría no saber que el olor de un hogar es menos acogedor si no se fuma. Me ahorraría así, las paranoias de cánceres malditos y el prematuro tinte amarillo de mis dientes.
No mentiría jamás. La construcción de mi pequeño ser se haría conforme a la asertividad y por exclusión de todo lo demás. Trataría de convertir mis sueños en realidad, no de transformar mi realidad a esos sueños, por muy horrible que fuera.
Pero no dejaría de imaginar. De navegar por mundos neuronales diferentes, de considerarme una extraterrestre o de sentarme en cualquier calle a dejar caer mi pensamiento sobre las personas que pasan por delante.
Amaría todavía más. Usaría lo aprendido para eliminar cualquier control racional sobre el amor, dejaría todo lo mío en cada relación. Ahora ya sé, que el amor es un recurso renovable y que la resurrección solo se da cuando hemos aprendido de la muerte.

martes, 26 de agosto de 2008

bolitas vibradoras

Después de todo lo que habían hecho esas simpáticas chicas por nosotros, resulta que la cosa iba a terminar así. ¿Quién lo iba a decir?
Una entra en un sex-shop esperando que las dependientas no se le acerquen ya sea por miedo a poner en riesgo su propia seguridad o por dar espacio a la intimidad de los compradores. Pero en ese sex-shop, el más atractivo y moderno de la ciudad, las dependientas, dos regordetas de unos 27 años y con una playera a juego del mismo sex-shop, se nos acercaron la mar de simpáticas para poner a nuestra disposición sus conocimientos acerca de los productos que vendían y, además ofrecían demostraciones de lo que quisiéramos. Esta última oferta me inquietó un poco ¿A qué se refería con demostraciones? No le quise preguntar por no parecer grosera o pervertida, una de dos.
Fuimos contemplando cada una de las paredes del local. Yo no pude más que observar los demás compradores: una pareja de rubios jovencitos, bueno de mi edad, que discutían sobre los dildos de uno de los escaparates, me sorprendió la seriedad y sobriedad de su discusión. Parecía que estuvieran haciendo la compra de la semana: ¿calabacines o calabaza, mi amor? Tenían un aire afrancesado, semi-intelectual. No parecían turistas, pero sin duda tampoco eran mexicanos. Iban bastante abrigados para el tiempo que hacía, y eso les hacía parecer aún más extraños dentro de ese local. Como si estuvieran ahí de mentira, solo para darle un aire más cosmopolita al sex-shop. Ellos nunca se fijaron en nosotros.
Más de reojo y con menos confianza, observé a un señor un poco más mayor que deambulaba sólo por la tienda. Se paseó un rato por las películas y las revistas porno, sin prestar atención a los millones de penes y artilugios llamativos y sobresalientes, y luego se metió cual reptil en el “cine” de la sala contigua de donde salían suspiros y gemido en estéreo, eso sí, a todo volumen.
Me pregunto si habría alguien más en esa sala oscura de donde salían los alaridos, y ¿Ponían el volumen tan fuerte para tapar los otros gemidos, los de la gente que veía la película?
Después de la salida del señor nos quedamos solos con las amables dependientes que charlaban detrás del grueso mostrador.
Me desagradó el darme cuenta que entre los aparatos y aparatitos, los artilugios y gadgets, casi todo eran penes: penes para atrás, para adelante, para los dos lados simultáneos, grandes, más grandes, extra-grandes, gigantes y unos chiquititos que creo que eran para cubrir los dedos. ¿Era eso una expresión más de los masculinizado que está el mundo? O simplemente era la verdad: las mujeres tenemos un agujero y por muy feministas o lesbianas que seamos, en los agujeros largos y estrechos solo entran palos. Pero entonces ¿Por qué no estaba el lugar lleno de coños? Si las mujeres necesitamos penes, los hombres inevitablemente necesitan vaginas, es la ley de la naturaleza (para casi todos). Podrían haber vaginas grandes, chiquitas, ergonómicas, de diferentes texturas, más grandes con cintura, más pequeñas portátiles. Pero no había en la tienda ni una sola vagina. A mi parecer esto demuestra el alcance del mercado de la prostitución femenina: ¿Para qué usar una vagina de plástico cuando puedes pagar muy barato por una de verdad? A veces pienso que si las mujeres tuviéramos la misma facilidad para el sexo todas las guerras de género se acabarían.
Aunque mi pareja propuso que nos lleváramos un pene largo y grande, no lo hicimos. La verdad no me apetecía nada semejante bate de béisbol, al menos no por el momento. Tampoco compramos lencería, era demasiado cliché para que nos excitara realmente. ¿Alguien quisiera ver a su novia vestida de mecánica sexy? o peor aún ¿vestida con la bandera gringa? Después de descartar varias opciones nos decidimos por las bolas vibradoras. Es una bola grande que vibra activada por un mando a distancia inalámbrico. Me atraía sobremanera la idea de llevar la bolita dentro y que él pudiera activarla cuando quisiera sin importar donde estuviéramos.
Las amables dependientas nos enseñaron el mecanismo de la bola (básicamente funciona bajo el precepto más simple: on/off) y luego nos recomendaron un lubricante anti-bacterial para un mejor uso.
La verdad, como me agradaban aquellas dos regordetas. Tan predispuestas, tan amables y tomándose su trabajo tan en serio. En la mayoría de tiendas de la ciudad te encuentras a dependientes desagradables que no tienen ganas de vender y que intentan echarte a patadas de su establecimiento, en cambio ellas, en el sex-shop brindando un servicio excelente que trataba de hacerte sentir cómodo y eliminar así la vergüenza inherente de cualquier católico entrando a un establecimiento semejante.
Pero claro, no tenían factura… cuando una de las regordetas le dijo a mi pareja que su factura tendría que esperar unos 15 días, él se quedó callado y después de mirar intensamente a la pobre regordeta, con acento sospechoso y acusador le dijo: ¿Por qué? A lo que ella, sin mucha seguridad, todo hay que decirlo, le respondió que tenían unos problemas en el sistema. El sistema, ese ente misterioso propio del Matrix. Se enfureció. Le apuntó amablemente el teléfono en el ticket de compra para que llamara antes de ir a buscar su factura, pero, desgraciadamente ella no sabía que su amabilidad esta vez no iba a ser suficiente, necesitaba ahora un poco de picardía para manejar la situación. Lo que pasa es que ustedes no quieren pagar impuestos. ¿Ustedes? La regordeta se hubiera librado de tal discusión si simplemente le hubiera dicho: “sí, el propietario es un asco” o “yo es que solo vendo…” , incluso si hubiera dicho alguna de estas dos cosas, yo hubiera salido en su defensa. Pero como trató de ponerse el escudo de su compañía, la cosa se complicó bastante enzarzándose en una discusión donde él siempre la miraba directo a los ojos acusadoramente y sin decir nada dejaba que ella se enredara en una serie de respuestas cada vez más incoherentes y que siempre terminaban dando con aquella ambigua palabra: el sistema.
Dispuesta a convertir ese patético espectáculo en una lección también para mi, no intervine. En realidad tenía toda la razón de enfadarse con los vendedores que no pagan impuestos, al fin y al cabo él si los paga y tiene que repartirlos con el resto de la población, incluidos, los que no pagan. Por eso aunque me sobrecoge cualquier acto de violencia, dejé que manifestara su enojo y me dediqué a ver con el corazón encogido como aquella regordeta iba haciéndose chiquita detrás del mostrador.
Mientras observaba esto la bola que tenía en la mano, y que había sacado para observar mejor, vibró. Me sorprendí. Yo tenía el mando a distancia en la bolsa donde acababa de dejar el envoltorio de la misma bola ¿Cómo había vibrado aquello? Iba a decírselo a él, pero entonces volvió a vibrar, pegué un brinquito con el susto. Levanté la mirada de la bola y recorrí mi alrededor con la vista. Al principio me pasó inadvertida, pero en un segundo recorrido la vi. Claramente, la otra dependienta regordeta me miraba desde un punto más alejado y un poco escondido por uno de los expositores de la tienda: tenía un mando a distancia igual que el nuestro en la mano y me sonreía abiertamente. Me quedé atónita y ella volvió a accionar el mando haciendo vibrar la bola que volvió a asustarme. No sabía qué hacer. No sabía si tomarme aquello como un juego divertido, una broma muy cínica, sobretodo teniendo en cuenta la discusión entre mi pareja y su compañera regordeta. No sabía si de alguna manera era aquello una insinuación o si ella era una psicópata y después de eso tenía previsto atacarme con uno de esos enormes penes que seguro habrían servido para knockear a alguien de un solo golpe. Instintivamente, me lo tomé como una mezcla de las primeras dos cosas: una broma algo extraña y una insinuación amable de su parte. Le sonreí. Volvió a accionar la bola, esta vez ya no me asusté y ella la apretó durante largo rato para que yo pudiera observarla y toquetearla un ratito.
Finalmente oí un no tienen ustedes madre, por supuesto que no voy a volver a por la factura. Era hora de irse. Me giré para seguirlo y me despedí de la otra dependienta como si nada hubiera sucedido entre ella y yo, yo era la buena de la pareja, y no es que lo pretendiera, pero es que él se empeñaba en hacerme quedar así cada vez que discute con alguien del sector servicios.
Me detuve unos segundos para despedirme de la otra dependienta. Su mirada parecía un poco más libidinosa que antes, y a decir verdad no me molestó, la osadía de esa chica la hacía muy atractiva a pesar de sus quilitos de más. A modo de despedida ella alzó la mano en la que tenía el mando a distancia y la movió mientras con la boca simulaba un “adiós” mudo.
Salimos de la tienda y ya en la calle, me puse a reír de puro nerviosismo y cuando él me miró le dije: ay que ver que grosero eres.

lunes, 11 de agosto de 2008

!Qué confuso es esto del amor!

Estoy confundida. Me confundo en esto del amor. A ratos me siento como en una ópera pop interminable y a ratos como en una canción de Chavela Vargas, desgarrada. Y es que todo tenía pinta de ser muy fácil, pero al menos para mí, no lo es. Pienso en el motivo real de nuestra existencia: la procreación, y me digo a mi misma, que no puede ser que la evolución de la razón humana haya entorpecido tanto este motor primigenio. Hemos venido a este mundo a unirnos con otros y procrear, sencillamente, lo llevamos tan dentro de nosotros que incluso en las peores circunstancias el ser humano sigue procreando hasta rebasar los límites de la salud mundial. Pero claro, el amor es otra cosa. Eso dicen, pero también hay parejas de primates y de aves que se unen para toda la vida, y que al morir el “cónyuge”, mueren ellos también. A estos normalmente no se les considera cuando hablamos de amor. Otra teoría dice que el amor es un invento relativamente moderno, que hasta la Edad Media, no se hablaba de éste como tal. Pero entonces yo me pregunto: ¿Quién lo fue a inventar? Suena raro que de pronto alguien diera con la “teoría amatoria” o que simplemente por sublimar la belleza humana en las canciones se haya creado el amor y que ahora este amor se haya convertido en el motor del mundo, como una especie de disfraz para el otro motor, el original y primigenio que es la procreación. Sea cierto o no, yo también soy un invento moderno y soy fruto de muchas generaciones que ya contaban entre ellas con este intruso. ¿No podía haber inventado también un manual el que se lo fue a inventar? Supongo que no se imaginaba cuanto nos iba a complicar la vida su invento. Hemos pasado por el amor de los trovadores, por el de los renacentistas y los románticos, para nosotros este amor ya no es cualquier cosa, sino algo tan importante que dirige y convulsiona nuestras vidas. Ahora nos enamoramos y rompemos, somos co-dependientes y obsesivos, encontramos cada 3 años el amor de nuestra vida. Y pero aún; buscamos irremediablemente nuestra media naranja (ese si que fue un mal invento). Así que hay varias almas perdidas por este mundo que vagan en mitad de tanto amor, como yo. Cada vez que empezamos una relación no podemos evitar preguntarnos cosas a futuro, valorar al otro, examinar detenidamente sus cualidades y compararlas con las de quienes nos rodean. No podemos dejar de preguntarnos si estamos enamorados, si es todo una ilusión pasajera o si nos estamos comprometiendo demasiado pronto. Y nos confundimos. Nos confundimos tanto todo el tiempo, que lo arruinamos todo una y otra vez. Pero no acaba ahí la cosa, lo peor de todo es que incluso cuando estamos seguros por completo que sí, que estamos enamorados y ansiamos esa persona amada, no sabemos cómo comportarnos. Dudamos, tememos, no nos damos o nos damos sin límites, y acabamos confundiendo a la otra persona. Podríamos decir, que estamos incapacitados para esto del amor. Que no para amar y esa es la gran tragedia.

lunes, 4 de agosto de 2008

nada como la primera vez

Al separarme de su boca lo primero que dije fue: casi me ahogo. Era mi primer beso y ese comentario era tan verdadero como inocente. Él me había encajado en su boca a mitad de conversación, y a pesar que yo había seguido con entusiasmo, no había sabido como hacerlo y creí que era como estar debajo del agua, mientras estás ahí no puedes respirar y dependes del aire acumulado en tus pulmones. Por eso casi me ahogo de verdad y a él no lo conocía. Fue esa tarde en la piscina del pueblo cuando lo vi por primera vez. Venía con una pandilla de chicos mayores que nosotras mirábamos en secreto, atraídas por su edad, por su actitud de hombres de mundo que debían saberlo todo. Yo llevaba mi controvertido bañador estilo años 50. Con rayas azules y blancas en la parte de arriba y azul en la parte de abajo terminando en pantalón. Ciertamente tenía 14 años y la elección del bañador no fue muy acogida entre mis compañeras, pero como yo misma nunca lo fui no esperaba otra cosa. Así que ese bañador merecía ser más mío que nada más. Estirada sobre la toalla boca abajo, esperaba secarme con los pálidos rayos de sol de la tarde que ya estaba por despedirse. Por supuesto que lo vi. Era extraordinariamente guapo. Rubio de media melena, alto, delgado y desgarbado. Todas lo comentaron. Yo preferí no hacerlo, me hubiera sentido ridícula ¿Para qué exponer mis emociones si jamás podría aspirar a plasmarlas?
Aquella noche estábamos decididas a ir a la fiesta del pueblo. A decir verdad no había nada más que hacer en ese pueblo y estar decididas a eso solo significaba cumplir un paso más en la escalera que te lleva a ser un miembro de la reducida comunidad donde vivíamos. Para nosotras era un acto de madurez, de libertad. Pero en realidad no sabíamos que nada tenía que ver con eso, sino todo lo contrario, significaba sumergirse de lleno en el camino que ya estaba dispuesto para muchas de nosotras. Así que con esa ansias adolescentes nos pusimos nuestros mejores tejanos y salimos a buscar la noche, esa que según explicaban todos los cuentos, traía consigo los misterios del carácter de la humanidad. Y podía ser cierto, para mí, lo fue. Pasamos horas sentadas en los bancos cerca del escenario donde el grupo cantaba canciones clásicas acompañadas de algún éxito del verano. En realidad no recuerdo qué hacíamos o de qué hablábamos, pero las horas se iban con una rapidez que nunca he vuelto a experimentar. A la salida del baño, ahí estaba él. Acompañado de los demás chicos mayores formaban un cordón alrededor de la barra del bar. Iba a pasar tratando de no cruzarme con ellos o de no ser vista, pero él ya me había visto, ya me estaba mirando y se acercaba a mi con una decisión que me hacía temblar las piernas y el pensamiento. Para disimular o por el nerviosismo caminé unos metros más hacia mi destino, el banco de chicas de catorce años en una esquina de la plaza de 50m cuadrados, pero era evidente que si yo caminaba y él caminaba íbamos a encontrarnos inevitablemente en algún punto del corto camino que nos separaba. No recuerdo exactamente cuáles fueron sus primeras palabras, recuerdo que entre ellas me ofreció un trago de la cerveza que él llevaba en la mano. “No me gusta la cerveza” respondí. Tampoco recuerdo cómo ni cuando me preguntó por un lugar un poco más aislado. En una plaza tan pequeña como aquella, no había ninguna intimidad y cualquier gesto o alabanza era inmediatamente captado por el resto de los concurrentes, algo parecido a estar viviendo en una comuna hippie pero católica. Supongo que se asustó de esa exhibición o tal vez simplemente quería ir tan rápido como parecía. Lo que me sigue llamando la atención fue mi propia osadía; “sí, aquí atrás si saltamos esa pequeña valla hay un lugar escondido”. ¿Qué tal? Eso respondí, a mis tiernos catorce sin saber más del sexo o del amor que lo que enseñan en los libros o en las películas me dí con tremenda facilidad. Así que fuimos al pequeño patio trasero de la guardería que albergaba La Casa del Pueblo, el edificio que preside aún hoy día uno de los flancos de la pequeña plaza. Imagino ahora, que no entonces, lo que pensarían mis compañeras. Solo hasta después pude darme cuenta que tan mal valoradas son las acciones en solitario por parte de una chica de catorce años que se va al patrio trasero de una guardería, cerrada y a oscuras y acompañada del guapo del lugar.
En ese pequeño e íntimo rincón, Pep, que así se llamaba, tomaba fácilmente las riendas de la situación. O eso creía yo, porque me hacía preguntas que nunca antes un chico me había hecho y a las que respondí cuando eran comprometedoras con mentiras, la más destacada y estúpida de todas las respuestas se dio en esta conversación: “¿has tenido novios? Sí claro – respondo yo creyendo que la cosa no iba a traer cola. ¿cuántos? - ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Me estaba preparando para una noche de sexo salvaje e iniciático, una especie de ritual orgiástico? ¿Por qué me hacía esa pregunta? ¿Quería saber si tenía experiencia? ¿En qué? ¿Para qué? Varios, como unos 5. Sí lo sé, fue una tremenda estupidez responder eso, pero creí que podía pensar que los novios a mi edad eran algo fútil y poco trascendental a nivel mental, emocional y físico. Así que en realidad responder dos o cinco no tenía relevancia. Se rió de mí, lo cual me enfureció, me hizo sentir ridícula, estaba dispuesta a irme, encaminaba nuestra conversación hacia un fin previsible, cuando de repente ocurrió, chas! El beso. Y casi me ahogo, de verdad. Fue una de las cosas más emocionantes que viví en mi vida por ser el primero, como supongo que a todos nos ocurre, ni el gusto a cerveza en su boca o la sorpresa o el ímpetu consiguen arruinar un momento así, y ya no vuelve jamás. La adrenalina recorriendo las venas a alta velocidad hasta hacer estallar los capilares, la respiración desacompasada por unas contracciones cardíacas anormales. Fue un momento tan intenso que se parece a las mejores drogas; al recordarlas una puede experimentar de nuevo por unos segundos la sensación que producen.
No fue el único, fue el primero. Aprendí a no ahogarme, a abrir bien la boca sabiendo que iba a recibirlo, luego aprendí a jugar con las lenguas, a hacer turnos de maniobras, a jugar con los labios, a usar los dientes. Fue una noche larga. Llegué tarde a mi casa y mientras bajaba por la única calle del pueblo, no me importaba pensar que mi padre estaría despierto, como siempre amenazaba, si llegábamos tarde, no me importaban los comentarios envidiosos de mis amigas que resulta que esa noche se habían convertido en unas puritanas católicas mientras yo me besaba en la parte trasera de una guardería cerrada y oscura.

jueves, 31 de julio de 2008

todos los taxis se me pasan

Estábamos entre los coches aparcados y los coches que iban y venían. Esperando un taxi, junto a un semáforo que cambiaba sucesivamente del rojo al verde y viceversa. Tal vez por ser un lugar tan breve lo escogí para explicarle la condena. Pareciera una cosa terrible para él, pero como decirle que tan inconsolable era para mí también. Una no escoge llevar consigo una carga tan pesada y con tanta autonomía. No pensar en ella no supone no padecerla, porque siempre aparece de nuevo para confundirlo todo y convertir la realidad en el vapor de una carretera caliente. Y entonces, cómo arde el pavimento…
Mi condena es la de estar siempre inconforme con lo tengo. La de estar siempre buscando algo, que imagino como ideal, pero que por ser tal no existe. A veces creo que es un complejo de superioridad, es como si el presente no fuera nunca suficiente para mi. Como si yo mereciera algo más, que paradójicamente no encuentro y que me arrastra a la deriva de la duda y la inconformidad y me pierde. Como soy alguien tan aparentemente racional, trato de buscar la explicación lógica a todo esto y siempre llego a la misma conclusión, con la que para variar, tampoco estoy conforme. La conclusión es: disfruta del presente, deja de juzgarlo y evaluarlo como si las cosas se pudieran poner en una balanza. Y es que yo hago listas. Y cuando empiezo una lista sobre alguien, sé de antemano que todo está perdido. Podríamos pensar que cada lista es distinta, pero en realidad no es así, las listas revelan que las personas con las que nos relacionamos tienen mucho en común, sobretodo en la parte de “buena” de la lista. Casi todos cumplen con los requisitos (oh dios que trivial soy!) “buenos” de la lista, son todos simpáticos, amables, casi todos son buenas personas (desgraciadamente algunas cosas las descubro tarde), inteligencia no falta y otra serie de características, que no por no nombrar son menos importantes, como por ejemplo: el sentido del humor. La cosa varia más en la parte “mala” de la lista. Hay ahí una serie de características aterradoras que siempre hacen pensar que cualquier cosa que esté en la parte “buena” ya no vale la pena. A veces me he encontrado que la parte “buena” de la lista refleja alguien casi perfecto y que la parte “mala” seria simplemente, como la vida misma, soportable. ¿Entonces, qué me lleva de nuevo a esta inconformidad? Seguramente un eficaz remedio para mi complejo de superioridad seria ver mi propia lista, cosa que yo estoy impedida para hacer, ya que la vida no nos otorga tanta clarividencia. Ejercicio que si a algún conocido se le ocurre elaborar, por favor, abstenerse de colgarlo en el blog, clemencia.
Una vez hice esta pregunta: ¿Te hubieras quedado con alguna de las anteriores? Y para mi sorpresa la respuesta fue sí. Y todo se derrumbó. Yo siempre había creído que esto de cambiar de pareja era parte de una evolución natural hacia una mejor relación y alguien más “ideal”. Consideraba que cada nueva pareja era un paso hacia delante en mi vida, en mi búsqueda de algo “mejor”. Pero estoy casi segura que estoy muy equivocada, en realidad, la cuestión evolutiva no tiene nada que ver. Es más bien una cuestión de conformidad con la realidad. De apreciar, de querer las cosas buenas del otro y hacer ver que las malas no existen, y si molestan mucho, encontrar la manera de soportarlas, como encuentra uno la manera de no dormirse en la oficina después de la comida. Pero yo estoy condenada, ¿o no?

miércoles, 23 de julio de 2008

EPISODIO 1: Las chicas de nuestra generación

Las chicas de nuestra generación no aguantamos nada. Esta es la frase que define el problema de nuestra no-relación con el género masculino. Hay tantas cosas que contar sobre esto que no sé ni por donde empezar. Ay… ¡me abrumo! Podríamos empezar por ejemplo por el intento que hacen los hombres, también de nuestra generación, por equipararse a la supuesta igualdad de géneros. No le quito mérito al esfuerzo que ellos hacen por entender y dar también, con esa igualdad. El problema es que a veces van tan mal encaminados que yo diría que necesitan una clase optativa de “orientación de género” en los institutos. Voy a poner como ejemplo dos frases que dejan claro a lo que me estoy refiriendo. La primera es de un chico joven, de familia con muchos recursos, entre ellos el de proporcionarle una educación en los mejores lugares nacionales y del extranjero, y que espero no tenga la dirección de mi blog y que si la tiene, espero entienda que esto en un episodio antropológico y no personal. Estábamos hablando de la cada vez mayor presencia de mujeres en el ámbito del cine y la publicidad, de crews con mujeres a la cabeza. Dicho chico, mencionó lo positivo que le parecía ese dato, y como broma, no dudo que bien intencionada, pero muy poco reflexionada dijo: “Claro, ahora el único problema es que hay millones de fotos de crew.” Y con un falsete más femenino añade: “¿En cuál estoy mejor? Aquí no he quedado bien…” Coronada la frase, por si aún hacia falta coronarla; con una risa por la tremenda gracia que le producía su propio comentario. Mi reflexión sobre esta primera frase es: ¿cómo puede uno valorar como positivo el dato de que las mujeres cada vez estén más presentes en un crew profesional, si sigue pensando en ellas como personas dedicadas o preocupadas exclusivamente por su belleza, o para ser sinceros, preocupadas por su presencia exterior como forma de atraer al hombre? Yo diría que más bien nuestro chico hizo un comentario “políticamente correcto” sobre el dato y luego le salió su verdadero yo troglodita. O, mi otra explicación es que claro, los hombres solo se hacen la foto de crew obligados, ellos si no fuera porque se necesita para efectos prácticos y de prensa, ni se la harían. No aprovechan esa oportunidad para mirar a su ego o su presencia, ellos no hacen eso, vaya, cualquiera diría que en realidad se pasan el día completo haciéndolo: qué grande es mi coche, como me la puse anoche, qué grande es mi polla, ah no… que eso no lo dicen abiertamente. En cambio las mujeres aprovechamos cualquier oportunidad como espejo, y ahora con las cámaras digitales y nuestra entrada al mundo profesional del cine, los fotógrafos de foto fija van vuelto locos.
Otra frase, referente al mismo esfuerzo por entender y ayudar a la igualdad de género, la dijo alguien que sí tiene mi blog y que espero que se ría de todo este sarcasmo con algunas verdades. La frase en cuestión es: “¿Dijimos qué iba a ser sincero, no?” Claro, la sinceridad es algo fundamental en una relación. Sobretodo considerando que la exposición de esa sinceridad consistía en un paso adelante en la igualdad de género. Me explico,: el sujeto en sus anteriores relaciones, no había sido sincero porque creía que al decirle a la mujer ciertas cosas, ella se iba a ofender por naturaleza de género, ahora, siendo realmente sincero, iba a considerar a la mujer por un igual y a decirle las cosas con sinceridad. Un aplauso para esta proposición tan digna. La cuestión es; ¿Desde cuándo la cualidad de sinceridad ha sido usada como justificante de lo que se dice? Es decir, si me haces un comentario sincero como: “me gusta tu amiga porque tiene las tetas más grandes que tú” , es probable que yo me enfade por el comentario y que la respuesta: “Dijimos que iba a ser sincero” No sea una excusa para el comentario en sí. ¿Estamos de acuerdo? Entonces nos podremos dar cuenta del mal uso de la propuesta de sinceridad en pro de la igualdad de género. No es sinceridad por igualdad, en realidad es sinceridad como excusa para defenderme ante eventuales respuestas conflictivas a causa de mis comentarios machistas o de otro tipo…
Seguro que muchas personas piensan que este tipo de cosas son una nimiedad, y que, en efecto, las chicas de mi generación, no aguantamos nada, o lo que es peor, y que alguna vez me han llegado a decir: entonces tú lo que quieres es no es hombre (¿qué troglodita unió machismo a hombre¿). Pero este tipo de estructuras de pensamiento, diferencian a una relación de otra, y yo no tengo porque someterme al machismo inherente de nadie, aunque se lo haya inculcado su padre!

martes, 15 de julio de 2008

CHANCLAS ROJAS

Recuerdo muchas cosas de mi infancia. Algunas tienen historia, otras son simples recuerdos específicos. Tan simples como un gesto, o varios, un sonido o un panorama sonoro. Por ejemplo, recuerdo mis zapatillas rojas de estar por casa. Una especie de chanclas acolchonadas por arriba, pero de plástico por la suela. Se sujetaban a mis dedos por una única banda ancha. Al principio, me costó trabajo dominarlas, se me escapaban. Tal vez por eso después se convirtieron en mis favoritas, porque sentía que entre yo y ellas habíamos construido un vínculo, un comportamiento que, ya dominado, nos convertía en un equipo indestructible, algo así como los zapatitos de Dorothy en el Mago de Oz. Así que nuestro vínculo indestructible se empezó a plasmar en un gesto y un sonido. Caminaba por mi casa repiqueteando las chanclas en el suelo de baldosas: clas, clas, clas. Todo el día: clas, clas, clas clas. Variaba la tonadilla de vez en cuando, hacia mis propios arabescos sonoros o mis peculiares danzas exóticas. Zapateaba con las chanclas de estar por casa. Al poco tiempo mis padres empezaron a odiarlas. No los culpo, si yo no hubiera estado fascinada y no hubiera sido la poseedora del absoluto control de ese comportamiento, también las habría odiado. Pero a pesar de sus continuas quejas, yo no podía dejar de hacerlo:

“!Liliana! ¡Por el amor de Dios, deja de hacer eso!” Gritaba mi madre desde la cocina.
“¿El qué?” Le respondía yo. Y es que siempre he sido muy respondona.
Hay un vídeo de mi infancia donde salgo con las chanclas. Mi control sobre el zapateo con esas chanclas y el exhaustivo uso que de ellas hacía, me llevaron a convertirlas en parte de mi lenguaje con los demás. En ese vídeo aparezco yo en casa de mis abuelos, llevo las chanclas, toda la familia está reunida en la cocina. Están pendientes de mi abuelo y de mí. Mi abuelo me regaña, no consigo recordar lo que me dice. Mi padre me mira, espera una respuesta a los reclamos de mi abuelo; y yo, que los miro a los dos, intentando comprender el porque de la gravedad, me giro y espetó unos repiqueteos tremendos mientras salgo de la cocina dándoles la espalda. Incombustible.

domingo, 13 de julio de 2008

EL GATO PINTADO

Cada vez que tengo la oportunidad de llevarme a alguien a casa pasa lo mismo: tu cuadro. Pienso en tu cuadro colgado sobre la cabecera de la cama y todo se detiene. Ya no puedo. No puedo llevarme a nadie conmigo y me voy.
Podría quitar tu cuadro de ahí pero me resisto a hacerlo. Es el recuerdo más palpable que me queda de nuestra relación y quitarlo sería negarme algo importante. No es que quiera frenar el futuro y usarlo como escudo protector ante los próximos hombres que me encuentre. Es más bien, la sensación que mientras no pueda ver a ese cuadro sin nostalgia, no habré superado nuestra pérdida. Y mientras no la supere nadie merece estar conmigo y llevarse parte de este naufragio. Por eso sigue ahí. He quitado todos los demás; todos los que hiciste antes de conocerme y que inundaban mi casa con tu presencia, sobretodo con esa parte de presencia tuya que yo odiaba tanto. En cambio, ese merece estar donde está, aplastándome la cabeza cada noche, llevándose cada día una de mis primeras miradas al exterior. Tal y como tú hacías. Debo olvidarte, pero no a fuerza de esconder tus recuerdos, sino de superarte. El desastre que hemos sido ha hecho una profunda herida en mi corazón que aún parece lejos de sanarse, pero que de todas maneras, tendrá que sanar. Es por eso que me limito a dejar salir las cosas de mi cabeza y de mi cuerpo sin huir del dolor que eso supone. Porque dejarte salir de mí, me sigue provocando un dolor insoportable.
-¿Por qué?
-Porque no me van a preguntar.
-Da igual, salúdalos de mi parte.
-¿Qué quieres que les diga? No hay nada que decir.
-¿Ah, no? Saludar a los suegros.
- No. Las amantes no tienen suegros.
- ¿Por qué no?
- Porque no existen.
-Tú estás aquí, eres real.
- Pero soy un secreto. Solo soy real para ti… para los dos.
- Mientras sea tu amante no tendré parientes, al menos tuyos.

sábado, 12 de julio de 2008

VACACIONES

Estaban los tres de vacaciones y eran aquellos tiempos en que la familia aún decidía unirse en los momentos de relajación. Los dos hermanos y la novia de él se iban a pasear cerca de las rocas de la playa. Los dejaban ir solos. En algún momento llegaron a subirse a la cima de una gran roca, allí el mar chocaba con estrépito y el ruido los envolvía en un estado un poco mágico y atemporal, les hacía sentir parte de un todo mayor a lo que alcanzaban a comprender. En mitad de las chispas de sal y el ruido, algunos huecos de la gran roca expiraban agua a toda presión cuando el oleaje se estampaba contra la montaña. Primero se sentaba uno, luego el otro y su novia, y los tres esperaban el momento en que el agua llegaría para hacer los saltar unos metros en el aire y abandonarlos en la caída.

viernes, 11 de julio de 2008

NADA

La otra noche Armando se quedó un buen rato pegado al marco de la puerta de mi habitación. Mientras yo me quitaba los tenis y las medias calcetín. Como Armando seguía ahí, me detuve. Lo miré. Él seguí ahí, mirándome como si eso fuera lo más natural del mundo. No me refiero a que fuera anti-natural, sólo que la lógica apuntaba a que yo me iba a ir a dormir y Armando, o tenía algo que decirme y me lo decía, o también hubiera tenido que irse a dormir. Pero seguía en el marco de la puerta.
-¿Qué?
Armando movió la cabeza de manera ambigua. Quería decir: Nada.
Y no se movió.
Finalmente le dije que yo me iba a ir a dormir.
-¿Me echas?
-Sí –le sonreí.
Nos despedimos y él se fue.
Luego me quedé un buen rato tirada en la cama, aún sin desvestirme. Ya no podía estar segura de que Armando me quisiera decir algo. Nuestra confianza ha llegado a un punto en que tal vez era eso. Quiero decir, que tal vez el Nada era realmente eso. Que Armando no tenía nada que decirme y tampoco tenía sueño, que se había quedado en el marco a lo mejor pensando cualquier otra cosa que nada tenía que ver conmigo.
Pero igualmente dudaba. Si tenía algo que decirme… ¿Por qué no lo había hecho? Armando podía decirme cualquier cosa, yo era la única a la que Armando podía decir cualquier cosa y esa noche no me lo dijo.

MOLESTIAS APARTE

Tenía 26 años y estaba frente al espejo cuando decidí empezar a escribir esto.
La grieta de uno de mis dientes frontales se había ensanchado a niveles insoportables, estéticamente hablando, odiaba a mi dentista que años antes me había cobrado la cantidad de 1200 euros por ese diente postizo que nunca llegó a encajar como debiera haberlo hecho.
Por muy estúpido que pueda parecerle a cualquiera que pretenda tener dos dedos de frente y crea en todo eso del aspecto interior y la belleza del alma… el día que me rompieron el diente frontal cambió algo en mi vida.
Yo tenía 14 años y gozaba de mi primera acampada con las amigas. No habíamos ido muy lejos, cerca de la casa de campo de Txell había una explanada de hierba débil y corta, lo suficientemente grande como para dar cobijo a nuestras dos tiendas de campaña y los demás trastos que llevábamos, a saber; un fogón para cocinar, una nevera donde estaba la comida y la bebida, un tapperware donde habíamos guardado el tabaco y la marihuana y algunos cazos y sartenes para cocinar.
La verdad es que yo no conocía en profundidad a ninguna de las chicas que estaba conmigo, tampoco consigo recordar por qué me invitaron a mi a formar parte de esa acampada que parecía ser un ritual anual.
Supongo que yo a mi vez acepté porque me pareció una opción divertida, y porque parecían un grupo de chicas “guay”. Ahora con el tiempo me doy cuenta que seguramente yo también les debí parecer “guay” a ellas y que invitarme sin apenas conocerme, fue algo así como una revelación que yo nunca llegué a captar, algo como decirme “eres una chica cool”, cuando lo pienso, siento que debí ser una especie de vaquera solitaria con aspecto de ser mala. Se equivocaban en el 50%, yo nunca fui mala.

La cuestión es que pasamos tres días sin movernos de ese lugar, bueno a decir verdad, uno de los días subimos a un monte que había cerca. La cima no era nada bonita o tal vez no me lo pareció porque habíamos caminado durante 3 horas cuesta arriba para llegar a un montículo pequeño desde el que se veían más copas de árboles y algún punto de color y forma disonante (una casa) a lo lejos. Nada espectacular, algo totalmente previsible. Pero bueno, al fin y al cabo, por unas horas contrarrestamos de alguna manera el sedentarismo y humo de cada día.

Recuerdo el momento, no recuerdo en que día fue ni a que hora. Estábamos bajo el toldo de una de las tiendas, yo estaba de pie haciendo no sé que, y Dolors estaba arrodillada unos centímetros delante de mi. Había más chicas, pero no consigo visualizar quienes eran. Dolors se levantó de golpe y su cabeza se incrustó en mi boca, concretamente en uno de mis dientes frontales. Me separé de ella con dolor, inmediatamente puse mi mano en mi boca, sabía que el diente se había roto. Durante unos minutos permanecí retorciéndome de dolor, por su parte Dolors también se retorció, pero a mi me importaba un carajo. Cuando finalmente fui capaz de retirar la mano, me sorprendió que el diente no estuviera entre mis dedos. Entonces me toqué y estaba en su lugar, pero a pesar de las evidencias, yo sabía que se había roto. Yo siempre noto cuando algo en mi cuerpo se muere o se separa, y ese diente ya no estaba allí como siempre lo había estado. Me atreví a palpar el diente con más seguridad y lo empujé de delante hacia atrás, se movió con una facilidad sospechosa y dentro de mis encías noté el roce de dos partes del diente que se habían separado.
Mientras tanto tenía a mi alrededor a todo el grupo, ellas se empeñaban en decir que no pasaba nada, que todo estaba normal, se lo dije un par de veces, pero cuando me di cuenta que su pensamiento se apoyaba totalmente en la prueba empírica de que el diente aún estaba ahí, dejé de decírselo. Tampoco iba a servir de mucho. Por mi parte podía haber odiado a Dolors por todo lo que ese diente iba a representar para mí, pero no pude hacerlo. Y no pude porque era Dolors.
Dolors era de nuestra edad e iba a nuestro instituto, siempre me pareció una chica justa y buena persona. De su trágica historia había oído esbozos, pero ella nunca hablaba de ello. Hasta esa noche después de haberme roto el diente. El padre de Dolors había muerto de cáncer 2 años antes, una rápida metástasis lo llevó a la tumba dos meses después de la noticia del médico. Hasta aquí seria una historia trágica soportable, pero la de Dolors llegó más lejos, era una de aquellas historias de las que nunca se puede salir del todo. Su madre, ya antes de la muerte de su marido, había empezado a manifestar los síntomas de la esquizofrenia, después de la muerte su estado empeoró, y la enfermedad se desarrollo con toda libertad. En cuestión de meses, Dolors había perdido a su padre y, en cierta manera, también había perdido a su madre. Además, tenía una hermana mayor que avasallada por la desgracia familiar no supo dar el salto a la nueva realidad que se le presentaba, y a su vez desarrolló depresión asaltada por momentos de rabia intensa. Esa era la realidad de Dolors. ¿Cómo odiarla? El diente me costaría a mi 1200 euros y 3 años de tratamiento, cirugía, dolor y mal aspecto, pero la vida de Dolors ya estaba destrozada desde mucho antes y hasta mucho después.
Y mi familia era normal, o eso parecía.
Pero, ¿Por qué cambió el diente mi vida? Porque hasta ese momento yo no había sido consciente de la perfección de mi belleza, y con eso no quiero decir que deba ser miss universo o algo parecido, trato de llamar “la perfección de mi belleza” a esos rasgos particulares que me proporcionan una belleza determinada y peculiar, no al gusto de todos, no soy una belleza de esas que solo negaría una novia celosa, soy más bien algo peculiar y atractivo en su conjunto. Pero solo fui del todo consciente una vez que se produjo el accidente del diente. Y descubrir que a los catorce años acababa de perder mi perfección, por Dios! Yo aún tenía que conocer a mil hombres… y esa grieta no iba a borrarse. Todo lo contrario, iba a aumentar con lo años y el tabaco.

Ahora con los años, existe una evidente separación entre ese diente y el resto de dientes, además si me río sin control el labio superior deja ver la casi totalidad del diente, ya que la encía nunca llegó a bajar. Es un estorbo y me hace sentir fea. Ese diente, es algo que me arrebataron injustamente, pero que nunca pude reclamar. Es el recuerdo constante de Dolors y su familia. De la destrucción precipitada de mi boca y en cierta manera, el símbolo de la condena a parecer una roquera envejecida precipitadamente. Ese diente es la constancia de la perpetuidad de las marcas, la memoria de las grietas. Cuando somos pequeños tenemos la sensación que todas las heridas se curan, que después de cada golpe volvemos a ser los mismos. Pero cuando la rotura del diente se estableció en mi fisonomía, vino a decirme que algunas heridas nunca se van y que algunos hechos son irreversibles.

jueves, 10 de julio de 2008

LA AMANTE

¿Quién le has dicho que soy?
Que soy tu amiga de la infancia, una compañera del trabajo, un personaje de tus soledades… Dime, ¿en quién me has convertido?
Pero yo sé lo que soy:
Soy el reverso de tu moneda.
Soy el cigarro que se cae al suelo escurriéndose de entre tus dedos mientras la miras a ella pero te acuerdas de mí.
Soy la mirada perdida.
Soy lo que a ella no vas a hacerle.
Soy tus pensamientos bajo la ducha de la mañana, los suspiros que acompañan tus cafés.
Tu gesto perdido tras mi último paso antes de la esquina.
Voy a ser tu deseo irreverente que no se apaga sobre otra.
Me voy a convertir en la desidia de tus días, en tu mal humor de las mañanas.

¿RUINAS?

La inmensidad oceánica de esta vista, de esta perspectiva aérea.
Monumentos de un tiempo que se me antoja demasiado estable e inamovible.
Es la intuición de una pérdida, el vestigio solitario y melancólico de algo que es mágico, pero que antaño fue mágico e importante, presente y compartido, transportado por este aire que corre libre entre monumentos sobrehumanos.

ESOS DÍAS EXTRAÑOS

Hice el amor a solas mientras sobre mi cabeza dos nubes de tempestad se unían.
Cuando abrí los ojos estaban juntas; y tuve la sensación que la lluvia ya había empezado y faltaba poco para que las primeras gotas llegaran hasta nosotros.
Recliné un poquito más la cabeza en la almohada; la luz que entraba por la ventana era precoz y resentida, y ya no nos iba a dejar ver los colores de la tarde, nos iba a precipitar en lenta y efectiva agonía hacia la rehuida noche de domingo.

CAFÉ MEXICANO

Se sentó a contemplar el sol llenándole la taza de café caliente. Dejó que los rayos le calentaran la espalda mientras observaba la estancia; estaba llena de cosas que no le pertenecían y de las cuales desconocía su pasado, eran simples objetos. Por la ventana se veían las copas de las palmeras; si decidía levantarse vería la ciudad despertar. Pero sólo si conseguía decidir, y estaba demasiado aturdida para decidir. Agarró el café con fuerza y esperó que alguien apareciera abriendo la puerta de la estancia y la sacara de su letargo.

TRAYECTO HACIA EL AEROPUERTO

Miró sus zapatos reflejados en el cristal de la ventana. Cuando el tren no se movía aparecían más nítidos y consistentes. En cambio, durante el trayecto la imagen perdía fuerza. Parecía como si los zapatos reflejados tuvieran miedo a perderse en algún momento del recorrido, y para poder continuar el viaje se fundieran con el verdadero paisaje tras el cristal, utilizando toda su energía en alcanzar la velocidad necesaria para no despegarse de su reflejo y llegar a la próxima estación.
Pensó que así era la vida, que a veces estábamos dentro del tren con la próxima estación cómodamente asegurada; y a veces estábamos fuera, corriendo tras aquello que queremos asegurar.

OTRA VEZ

El final de las cosas.
De los planes que haces.
De los plazos que compras.
De las relaciones que tienes.
El final de una época.
Otra vez. Otra vez. Otra vez.
Siento el peso del tiempo sobre mis pensamientos que caen como frutas maduras a cada hora.

NO SÉ POR QUÉ

Me observas en cada rincón de la casa. No sé por qué.
Me sigues del comedor a la cocina; y en la cocina, te esperas conmigo. Observándome. No sé por qué.
No consigo saber por qué me abrazas cuando de repente te levantas de la silla.
Te miro y pienso que la lógica no existe para describir la pregunta. ¿Por qué tiene que haber en esos gestos un por qué?
¿Los enamorados se preguntan por qué?
No. Los enamorados se quieren.

PARIAS

Parias. Todos somos parias huyendo de la soledad.
Persiguiendo a otros para ser pares. Intentando quebrar la unidad.

LA DULCE ESPERA

Esperando que todo salga según lo previsto.
Deseando el futuro que imaginamos.
Empezando con gerundios cada frase.
Porque no hay estados temporales medibles; excepto éste, el de esperar.
Nadie puede permanecer en el pasado, ni en el presente inexistente, menos aún en el futuro.
Pero todos podemos esperar.

LAS FOTOS DE LOS PASADOS EN LOS QUE NO ESTUVIMOS

¿Sabes qué perturba mi mente en este momento?
Esos brazos desnudos en la foto de cuando aún eras niño pero te quedaba poco para convertirte en hombre. La silueta redondeada de tus brazos cayendo, una y dos veces contorneada.
Qué gracia me hace tu actitud de indefensión pueril. No sé si sabes, si tú eres consciente de lo que tu figura desprende en esa fotografía. Eres un encanto hermoso e irresistible que perturba la mente de quien lo observa. Conviertes al inocente en pecador.

GENERACIÓN TRAS GENERACIÓN

Incomprensible como una mosca.
Inércica como una abeja.
Temeraria como la araña, que siempre orgullosa y desafiante acaba por morir aplastada.
Generación tras generación.

DESEOS CONVENIDOS

Estoy sentada en la mesa desde donde un día te escribí. En aquella ocasión te hablé de mis emociones al volver a esta ciudad que me ha visto crecer. En aquellos días creía (creíamos) en un futuro común. Lo creía aunque por esas fechas ya sabía que nuestro futuro nunca llegaría a ser. Qué extraño… Lo sabía pero lo seguía creyendo, con toda mi ilusión, pero nunca pude engañarme.
Y este escrito, desde esta mesa, iluminado por el atardecer naranja y escrito por mi boli de punta torcida pero sincera, es la prueba.
Ahora miro por la ventana que deja que mi vista llegue hasta la plaza donde la gente pasea su tiempo por esta tarde dorada; y temo y deseo verte pasar. Da igual si tú no me ves. Sólo quiero verte pasar y adivinar (con una sola mirada lo sabré) cómo estás. ¿Cómo estás?

YORUGUA

Me miro en tus ojos chiquitos, permanentemente semi-cerrados. Siempre atentos, siempre despiertos.
Y miro y miro, y aunque no quiero, siempre encuentro lo mismo. Y se hace insoportablemente hermoso ese instante en que disfruto tanto de encontrarme contigo.
Mirándote otra vez, te despido ahora, unos metros más lejano, con tu pelo desigual girando la esquina de mi casa. Y ahí podría quedarme, esperando verte volver. Deshacer la esquina para llegar a tu lugar de antes y decirme que no me dejas ir, que te vuelva a mirar a los ojos; así, así, de esa forma.
Pero no lo voy a hacer.
Porque ya subí las escaleras, entré en casa y cerré la puerta. Para que no puedas entrar; pero sobretodo, para que yo no pueda salir.

TODO HABLA

Estoy en el tren, miro por la ventana y veo las luces de las casas que se convierten en estrellas fugaces.
Me están hablando de lo cortas que son nuestras vidas.
De lo pequeños que somos. De la insignificancia.
El tiempo es relativo, pero la vida siempre será corta.
Inevitablemente, al guerrero también lo demuestran las circunstancias.

CÓMO EVITARLA

En el autobús un cochecito de bebé cayó al suelo a causa del balanceo. Todas las mamás del autobús coincidieron en una alarma unánime, a pesar que el cochecito estaba visiblemente vacío.
Minutos después del incidente, algunas de ellas seguían mirando al cochecito, cerciorándose del bienestar de la criatura.

PLUS QUAN PERFECTO

Me quedé sentada en la cama esperando que volvieras.
Sentada en mitad de arrugas blancas, esperando oír la puerta moverse; oír tus pasos acercándose, el fregar de tu ropa.
Cerré los ojos imaginándote entrar y cogerme por la espalda. Apretarme fuerte; dejando que el aire saliera ruidosamente por tu boca cerrada, en un suspiro que decía mi nombre.
Y mientras imaginaba todo esto, en un imperfecto absoluto, tú volabas en otra dirección, cruzabas el cielo sentado en una butaca azul, apoyando tu cabeza en la ventana. Tal vez imaginándome sentada en mitad de arrugas blancas, y tú entrando por la puerta hacia mí, los dos plegando espacio y tiempo, alargando la línea que separa dos puntos que se alejan en direcciones opuestas.

ENVIDIA SANA

Cuando me fui había otra en la puerta con mi nombre. No era igual, pero también tenía derecho sobre el mismo nombre. Me entraron unos absurdos celos de originalidad.
Pensé que tal vez ahora él la miraría con simpatía cada vez que pasara por esa puerta. Un simpatía melancólica, una coincidencia del destino.
Yo sólo la vi una vez. Y ya siempre me quedé pensando en eso.
Imaginaba si ella aún estaría allí en la puerta, y él pasaría, y sin poder evitarlo le dedicaría un saludo especial; claro, estaría pensando en mí. Todo por ese nombre puesto ahí, clavado en el tiempo.

LA XICRA

Las dos tazas vacías.
El vaso medio lleno.
El plato.
El cenicero lleno de colillas.
La carta repleta de precios.
El servilletero.
La ausencia, el tiempo dejándose ver en los objetos olvidados en la inmediatez.
Marcas en la mesa. Ellas forman parte de algo más antiguo y duradero: la historia; son el desencadenante de la futura elucubración.

HABITACIÓN DE BARCELONA

Tengo la mesita de noche llena de flores secas.
De manos que apagan la luz o de manos que buscan a oscuras.
De pensamientos olvidados, de sueños rotos por despertadores irreverentes.
De golpecitos en la muñeca.
De objetos de última hora.
De suspiros a solas o acompañada.
De conversaciones conmigo misma.
De caladas profundas.
De miradas ausentes.
De recuerdos a altas horas.
De paraísos e infiernos.
De limbo. De mucho limbo.

LA SAGRADA FAMILIA

Le han pedido que les haga una foto delante de la Sagrada Familia.
Él justo pasaba por delante cuando el padre le pidió el retrato de familia.
Ha cogido la cámara con inseguridad y al mirar por el visor se ha dado cuenta de la estampa y se ha puesto triste. Ha visto la familia que no tiene, que dejó de tener para cumplir los sueños en este nuevo sitio.
Pero ahora que está aquí ha dejado de soñar y por las noches ya no se acuerda de por qué vino, ya no se acuerda de por qué está.

REGALO DE CUMPLEAÑOS

Les he visto subir por las ramblas con una jaula en la mano y el pájaro dentro.
Eran felices.
Habían comprado una vida y eran felices.
Seguramente un regalo de cumpleaños.
Regalar una vida. Una porción de libertad.
Seguramente creían que el pájaro también era feliz. Que estaba contento. Incluso, curiosamente lo parecía, tenía júbilo.
Cómo mentimos, desde la más tierna infancia.

PANTALONES DE TERGAL AZUL

La nostalgia son hombres con pantalones de tergal azul doblados por la cintura sobre sus pequeños terrenos arados cerca del pueblo.
La nostalgia son casas cuadradas y feas entre malas hierbas bien alimentadas.
La nostalgia tiene frío y nunca está despierta antes de mediodía. Sólo es capaz de ver cielos grises y serenos sobre planos verdes o marrones. Y por las tardes se hecha la siesta en los patios traseros, vacíos, húmedos y silenciosos de las casas mal acabadas.

YO NO HICE NADA

Qué ridículo me resulta este mundo a veces. Actos y consecuencias no tienen la misma talla ni calzan el mismo número.
Nos empeñamos en responsabilizarnos de nuestros actos, pero ellos carecen de la verdadera importancia; porque las consecuencias son hijas bastardas fuera de toda ley moral.

CAÍDA

No puedo parar de imaginarnos ayer recostados en la barandilla de la terraza. Hablando de futilidades, y yo jugando con la vara más alta, la que marca la diferencia entre el vacío y luego el pavimento.
Y me caigo una y otra vez. Me caigo de la terraza de la Cibeles. Me caigo en un gesto tan absurdo como verdaderamente peligroso; tan realmente peligroso que tengo la sensación de haber caído.
Esa imagen es tan vívida cada vez, que logra asustarme pensar en esa fantasía y me hace reflexionar sobre por qué me caigo, por qué tantas veces, por qué cuando estamos hablando, mientras hablo contigo.
Tengo una inteligible explicación tan certera que prefiero no llegar a ella. Porque, ¿de qué me serviría parar la caída si soy yo quien se quiere tirar?

REZO

Nunca pedí por nada. Jamás supe lo que era esperar la voluntad divina. Pero esa noche comprendí qué sienten los demás cuando rezan. Esa pasividad mortecina, el deseo acallado que clama a voz en grito lo que anhela, pero por lo que no puede luchar.
Experimenté todos los estados en las horas tiranas que pasaban sin darme lo que yo quería.
Quiero comprender por qué los tejidos se urden así… ya sé, eso sólo lo comprenderé más adelante, cuando esta ansiedad ya no tenga razón de ser.
Mientras tanto, sólo me queda pasar esta noche como lo hacen las gatas en celo, pero desde la cama y en silencio.

PERDERSE

En ese momento yo me moría por ser una de esas almas vacilantes y heridas de la gran ciudad. Una más de esas luces artificiales que se movían parpadeantes o fugaces.
Yo quería estar entre esa multitud paria y sin rumbo.
Quería oler el asfalto mojado, dejar resbalar mi vista por él hasta perderme en un callejón sin salida donde todos mis miedos pudieran pasear en la oscuridad.
Y dejar que mi figura se esfumara al final de la calle, con el abrigo ondeante y las manos en cruz. Siempre dejándome perder, pero siempre esperando ser vista

19

Aquí estoy, carne de mosquito rostizada por el sol. El plato del buen turista, ese que nunca pasa de moda, que podría ser la eterna canción del verano.
Sentada en la fatal y adictiva posición de reposo, en la terraza que da a las vistas de las playas de este lugar, y que está delante de la puerta que esconde el secreto que me ha traído hasta aquí: 19.
Poco viento y mucho sudor en mi cara quemada.
Me siento dentro de un cuadro colorido y pausado, casi detenido, me siento como en una película de Bertolucci.
Es ya casi la hora vespertina, el hambre está despierta y aleja el miedo de las noches sinceras.
En la noche pasearemos de vuelta a la temporal guarida; a la habitación de hotel que no tiene ninguna culpa, pero se las quedará todas cuando nos vayamos.
Una vez de vuelta aquí, allí (casi puedo presumir de ambos tiempos). Tocarnos va a desvelar en lo que se han convertido nuestros sentimientos; tu mano descubrirá mi sequía emocional y mi boca paliará el sonido monstruoso de tus lágrimas bajando.
Yo te miro.
Tú me miras.
Detrás de nosotros los edificios avanzan como si fueran ellos los que van en coche.
Y nosotros atorados.
Y tú preguntas: ¿Qué?
Y yo contesto: Nada

PLEGARIA

Este sábado que parece domingo, está lleno de canciones melancólicas, de clavos en la pared para cuadros que nunca se colgaron.
Los pasos en el suelo de madera mueven las plantas de casa y fuera las hojas ondeantes de las palmeras hacen el resto.
Después de pláticas puntuadas por silencios tranquilos, nuestros cuerpos mohosos por la trasnochada se hunden en el sofá. Y poco a poco el naranja de la tarde da vida a las paredes de este comedor.
Intento pensar; aunque parece que hoy mi cerebro ha cedido el comando al corazón, y ya sólo puedo recordar extraños recuerdos que nunca han sido, que me son impropios.
Y si supiera, alzaría una plegaria, le pediría a algo, a alguien… a todo:
Que las lágrimas no dejen de correr, abajo y abajo, lenta y calurosamente, hasta que su sal nos queme la lengua.
Mientras, Godot olvida; porque él no recuerda, y por tanto no revive.
El silencio después de las promesas, la peor mentira que se pueda sufrir. El engaño más lastimoso.
Pero ni tan siquiera la rabia de sentirse idiota supera ese último deseo;
la condena de la ilusión.

NUNCA TE VAS DEL TODO

Esa mañana se despertó porque algo la estaba molestando.
Bajo su montón desordenado de sábanas y mantas sentía que había algo extraño en su pie. Aún en letargo arrulló sus dos pies hacia arriba para acercarlos a las manos.
Estaba enrollado en el dedo gordo de su pie derecho. Un poco más despierta apartó la montaña de ropa para descubrir sus pies. Alzó el derecho y no tardó ni un segundo en reconocerlo: un cabello de unos 50 cms, asustado, castaño de brillo rojizo, estaba enrollado en su dedo gordo; con su cola colgando en el vacío, más vacío que nunca, de su habitación.
Primero, una sonrisa amable; luego, una petrificación marmórea. Qué injusto despertarse así. Hacía ya tres días que no sabía nada de él y ahora sus recuerdos venían para enroscarse en su memoria.
Se quitó el pelo y lo tiró al suelo. Devolvió sus pies al calor del subsuelo de algodón. Y ya no pudo dormir más.
—Y entonces, ¿por qué estoy aquí? —pensó Dalila.

—Y entonces, ¿por qué estoy aquí? —pensó Sansón.

Y sus pensamientos se cruzaron en el aire, sin tocarse; sólo y tal vez, moviendo los átomos de una pequeña porción de espacio inconcebible.

NADA FAMILIAR

¿Por qué me empeño en desbaratar las sábanas de esta cama llena de historia, llena de años de otra?
Me parece que veo su alma abandonada y perdida, sobre todo eso, perdido.
Todo ese tiempo que llenar de ausencias, todo ese espacio para llenar de nada. Las fotos que se empeña en colgar como si fueran a suplir el espacio de sus hijos.
Y me veo a mí, llegando a extasiarlo, embobando la dirección de su mirada. No sabe cómo tratarme porque estoy demasiado cerca, demasiado de verdad y sin esperarme. Me meto en su intimidad y sin que él se dé cuenta, ya no estoy ahí para él, estoy allí por él, para ver, para saber. Para teorizar sin tapujos ni contemplaciones. Para saber cómo una cama se hace grande y las almohadas se endurecen. Para ver que lo primero que toca en las mañanas es la computadora o el interruptor del televisor. La nevera vacía, el teléfono va a sonar. La ducha caliente y todo igual, todo inmóvil, desértico, sin nada familiar, con algo necesariamente ajeno.

ME QUEDÉ ESPERANDO

Aquí estoy, esperando que alguien abra la puerta que tengo delante y que se me resiste como si fuera mi personal muro de Troya.
Al menos si ahora vuelvo a intentarlo la solana no pegará tan fuerte y el blanco que rebota en los ojos ya no hará daño.
Qué día más horrible para quedarse esperando delante de una puerta cerrada. Y los ojos ya me hacen eso tan característico de quien espera: desviar la mirada hacia el punto donde todo tendrá su fin, hacia la entrada del potencial salvador que conseguirá sacarnos de nuestra espera.
Me siento extraña. He crecido muchos años en estos últimos meses. En las fotografías ya no aparezco como una promesa sino como un presente, como una mujer adulta que ha definido sus rasgos, que ha pintado sus sombras y concretado sus facciones, y con ellas se quedará. Para lo que venga. Para quien venga. Y que venga alguien. Ahora.
Necesito sentir fascinación y fascinar, necesito ver unos ojos clavados en mi figura. Quiero la pasión de las mañanas de sábanas blancas, de los días echados a perder. Quiero aplastar las horas con mi sonrisa, gemir sobre el cuerpo de otro y dejar que el teléfono suene porque nada mejor puede ocultar.

POR LA TARDE

Odette se sentó cerca de la ventana. Estaba lloviendo.
Con un nuevo suspiro volvió a descomponer la realidad desenfocando las gotas enganchadas en el cristal de la ventana. Una realidad sucia y aumentada.
La tarde se mojaba y con ella los pensamientos se humedecían con ese extraño humor que nos visita algunas tardes, ese invitado al que abrimos la puerta con temor, con la pasividad cobarde de cualquier resignación.
En un arrebato de ira, uno de esos que tenía cada cuatro años y que se volvían históricos; amenazó con tirar al perro por el balcón.
Lo tenía cogido con las dos manos y lo sostenía por fuera de la barandilla, sobre la nada.
Lo dijo una y otra vez.
Gritó. Y luego se oyó gritar al perro.
Lo había hecho.
¿Quieres que te escriba cosas bonitas?
Pues, cariño, no sé si tengo cosas bonitas para escribirte.
Veo cosas bonitas a diario. Sí, es verdad.
Están por todas partes esperando a que las veas, pero me ponen triste porque son tan bonitas que serán horribles cuando dejen de ser bonitas.
Esa es la sensación que tengo del mundo que hoy me rodea.
He llegado al veredicto que la inocencia te hace feliz, sin duda.
Paseo por la calle y tengo la sensación que la vida no es tan alegre y excitante como prometía. Las cosas en general se han vuelto del gris más medio y no tengo la impresión que nada nuevo o increíble me espere.
Todo ocurre lenta y previsiblemente. Todas las cosas que antes me parecían interesantes y misteriosas, hoy me parecen insignificantes y claras.
No hay diversión.
Las risas de los grupos de chicos y chicas de los anuncios no las veo por ningún sitio. Mis amigas se escurren en otras vidas más interesantes o que posiblemente sólo lo parecen.
No tengo variaciones.
No hay nada de lo que esperaba que hubiera y todavía me queda la esperanza que sea yo, que sea yo que no lo encuentro.
¿No es triste? Tener esa esperanza...

LAS CUATRO DE LA TARDE EN FEZ

Son las cuatro de la tarde en Fez.
Brilla el sol, los colores vuelan hacia nosotros, por todas partes la música hipnótica embauca a los turistas que se dejan impregnar por los olores de este pueblo.
Hay tanta belleza... y no sólo por Marruecos.
Él brilla con este sol, su piel está sudada como cuando hacemos el amor. Sus ojos están abiertos como nunca antes los he visto. En ninguna parte. En nadie.
Y yo, estoy aquí, en medio de todo esto, sin ver, sin mirar, sin sentir.
Te ansío.
¿Ansiarte? Ansiar es hacia dentro de uno mismo.

Sí.
Tenía que ser la primera palabra.
Siempre es la primera palabra. La primera de muchas,
la primera de muchos hechos.
Como el sí que encontró John Lennon en la exposición de Yoko Ono en la cima de la escalera. El sí de su mujer.
El sí de mis padres en el altar. El de mis abuelos.
El sí de la doctora anunciando su muerte.
Los sí que yo aún no he dado.
Los sí que sirven para decir no.

DESDE LA MESA DE MIS PADRES

Son los gritos del oxígeno consumiéndose.
No existe un momento de descanso en la ascensión.
¿Cómo puede algo tan bello ser tan breve?

MIEDOS

De repente me ha entrado miedo al descubrir por qué entiendo muchísimas cosas que tal vez de otra manera no hubiera comprendido.
Debo agradecerle a mis temores su fuerza reveladora, y cogida a ellos arrastrarme... más tarde caminar para llegar a trascenderlos sin olvidarlos.
Pienso en mí, de pequeña tumbada en la cama bajo la oscuridad y obsesionada con los sonidos del piso.
El reloj me deja atrás, y en esa suspensión del tiempo cae un muñeco sobre mis piernas entumecidas.
El arlequín, tenía que ser el arlequín.
No soy capaz de gritar; ni ahora ni más tarde, cuando un gesto perdido tira al suelo mi pequeña tabla de planchar.

ES INEXPLICABLE PERO DEBE EXPLICARSE

En más de una ocasión he querido hablarte de esto.
Explicártelo.
Pero nunca he tenido el valor necesario.
Siempre pensé que no sabría cómo afrontar tus posibles preguntas, tus inevitables miradas, tus funestos sentimientos y justos reproches.
Lo he imaginado una y otra vez, a todas horas, constantemente, mientras.
Mi pensamiento se elevaba y volvía a imaginarnos a los dos:
tu incontenible expresión... y yo, sin nada.
Y aún así, tengo recuerdos tristes de aquellos tiempos tan felices.

Y PASA

Llueve,
y las gotas caen con demencia gritando que el tiempo pasa,
y yo,
me mojo con la esperanza de impregnarme de él,
con el desesperanzado objetivo de estar un poco más.

FELICIDAD INSOPORTABLE

El día que tenga que recordar cómo te pedía saliva o no pueda encajar mi nariz en ese pequeño hueco al lado de la tuya, no sé qué voy a hacer.
No sé qué voy a hacer cuando no pueda mirarte con complicidad entre la multitud o no esté tu hombro para apoyarme mientras duermo.
No quiero levantar la cabeza por si pudiera ver el momento en que esto acaba.
No quiero caminar hacia delante porque no sé cuántos pasos me quedan todavía antes que se termine esta felicidad insoportable.

REPÍTELO MUCHAS VECES Y RÁPIDO

Caminando, un día me pregunté si el olvido de mi nombre había sido casual; o por el contrario respondía a un deseo oculto en mi inconsciente y que yo había castigado a permanecer allí.
El olvido de las miles de veces que me habían llamado y de lo que fue, en otros días, la palabra de mi desapercibida presencia.
Pienso que ahora, lo mejor es borrar mi parte que se empeña en recordar.

FUTURO A SOLAS

Ensayo mi ascenso sin mirar adelante, temerosa de lo que ha de haber.
Irresoluta espero con fe que el camino siga recto y que si hay curvas no me mientan.
Y si en algún momento pierdo el color de las mejillas y mis manos dejan de estar frías, si mi belleza una mañana se disipa y un día te das cuenta que no sé que decir, que te miro con los ojos cristalinos y mis labios están secos de palabras mal dichas… entonces lo mejor será que apartes tu vista de la mía,
y sin dejar que yo te oiga
te vayas por donde viniste.

UNA MESA LARGA

Histriónicas e irritantes.
El sonido chispeante de las copas, los cubiertos, los gritos, las frases sin dueño y sin respuesta.
Los silencios que pasan sin ser advertidos, sin ser respetados.
Las palabras deformadas por el vino,
los nombres que olvidamos y los invitados que no llamaron a la puerta.

CUANDO ME ACORDABA DE TI

Lloré hasta secarse mis lágrimas en la arena.
Desperdiciadas, hundiéndose en el suelo.
Traspasando los estratos de tiempos pasados, volviendo al mundo de recuerdos de donde habían salido.

EXIT

Como el muñequito blanco de la salida de emergencia que corre siempre hacia la puerta.
Así me siento yo.
Corriendo tras algo que se me escapa, tras algo que quizá no exista.

ESTÁBAMOS ASUSTADOS

Dame una sonrisa que no sea amarga y yo te daré la vida.
Mírame sin esconder lo que piensas y entonces yo sonreiré sin mentirte.
Y sólo una vez que yo sienta lo que no me quieres decir, bastará para que comprenda todo lo que me has dicho hasta ahora.

ÁRBOLES EN LA CARRETERA DE VIC

Los árboles, un tumulto incestuoso recortado por la niebla, están de luto.
Ha llegado el tiempo en que se los deja morir de hambre y luego se queman sus cadáveres.
Su llanto es ese extraño sonido que se oye por todas partes y nadie escucha. El viento pasando a través de las ramas desnudas, implorando al cielo un poco más de tiempo.
Tengo la ligera sospecha que sentir es una manera de pensar.

DE NUEVO

De nuevo se resume en una sensación ambigua, una mezcolanza de melancolía y nerviosismo infantil.
Lo que antes se pierde es el nerviosismo infantil, fruto de crecer con demasiadas ganas y poca precaución.
Y luego el desencanto.
Y la melancolía, hija de la conciencia de la existencia y de un pasado lejano y reciente.
Así todo se lo debemos a la conciencia, esa cualidad-estado que los hombres veneramos por habernos sacado de la animalidad.

LA EXHUBERANTE

Me importa poco su banalidad, si es que es real, porque no es la mía.
No tiene que serlo, yo disfruto al contemplarla como un ser que se exhibe ante mí, que explota y exhala de amor y sexo.
En su ingenuidad reside la maldad que otros ven,
y su inteligencia en la pureza de su comprensión.
No hay reglas, no hay nada establecido.
Y si lo había, ha desaparecido y ya ni me acuerdo.
Ella ha crecido sin nada que la contenga.

LA OBSERVATRIZ


Tenía de nuevo esa sensación que a veces le asolaba el estómago y poco a poco se expandía por todo el cuerpo. Un cosquilleo muerto que le hacía entornar los ojos en una expresión de tristeza inusitada.
Cuando adquiría esa postura nadie comprendía del todo qué pasaba por su cabeza. Seguramente tampoco les importaba tanto como para comprenderlo o simplemente intentarlo.
Para ellos era sólo esa niña extraña que hablaba de vez en cuando, a tiempos alegre, a tiempos con la boca medio cerrada; incomprensible.
Al final de la jornada se sentaba encima de la mesa, con las piernas balanceándose en el aire, contemplando las conversaciones de los demás, falta de una propia o cansina de todas.

LAS OBLIGACIONES DEL DESPISTADO

He caminado millones de pasos en todas las direcciones.
He subido,
he bajado.
He encontrado sin buscar.
Nunca quise ser Sísifo y sin embargo me condenaron a serlo. Allá donde miraba había cosas que mis ojos no dejaban ocultar; cosas con un pasado y un presente para ser sabidos.

EN LOS OJOS DE LA MENOR

Ojalá estos días no pasaran y nunca dejaras de mirarme con los ojos con los que ahora me miras. Algún día me romperé ante tu mirada y detrás no habrá nada de lo que tú has soñado. Pero no importa. Sólo estos días habrán valido la pena para toda la vida. Muchas veces lo he dicho: no tengo nada más allá de lo puramente prescindible. Y si me lo planteo de verdad, tan sólo me quedas tú y este sentimiento que me dice que tú y yo tenemos algo más que un vínculo de sangre que no se puede romper por la voluntad de ninguna de las dos.