jueves, 10 de julio de 2008

En un arrebato de ira, uno de esos que tenía cada cuatro años y que se volvían históricos; amenazó con tirar al perro por el balcón.
Lo tenía cogido con las dos manos y lo sostenía por fuera de la barandilla, sobre la nada.
Lo dijo una y otra vez.
Gritó. Y luego se oyó gritar al perro.
Lo había hecho.

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