sábado, 8 de agosto de 2009

soy un cocodrilo

Me he destrozado el brazo como nunca. Si Antonino me viera ahora querría abofetearme, nunca lo ha hecho, pero lo veo en su cara cuando me dice: pareces un cocodrilo. Y tiene toda la razón, yo miro la silueta de mi brazo rasgada por la luz de la ventana y me sorprendo de tanta violencia, como si no fuera mía. No sé si a los cocodrilos les duele la piel, pero sino, entonces yo seré un cocodrilo enfermo. Y mientras dure el dolor me repetiré a mi misma no lo voy a volver a hacer, no lo voy a volver a hacer. Miraré el brazo de vez en cuando esperando que la inflamación haya disminuido, pero no se habrá ido para la noche y tendré que cubrir este acto monstruoso con algo largo e inapropiado para el clima. Mañana al despertar ya solo quedarán pequeñas cicatrices y alguna de esas superficies claras y llanas que han ido apareciendo últimamente, después de tanta erosión. Y al ducharme le pediré a mi cuerpo que se recupere prometiéndole que no lo volveré a hacer, que yo, aunque no lo parezca, lo quiero sin duda.