Miró sus zapatos reflejados en el cristal de la ventana. Cuando el tren no se movía aparecían más nítidos y consistentes. En cambio, durante el trayecto la imagen perdía fuerza. Parecía como si los zapatos reflejados tuvieran miedo a perderse en algún momento del recorrido, y para poder continuar el viaje se fundieran con el verdadero paisaje tras el cristal, utilizando toda su energía en alcanzar la velocidad necesaria para no despegarse de su reflejo y llegar a la próxima estación.
Pensó que así era la vida, que a veces estábamos dentro del tren con la próxima estación cómodamente asegurada; y a veces estábamos fuera, corriendo tras aquello que queremos asegurar.
jueves, 10 de julio de 2008
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