Aquí estoy, esperando que alguien abra la puerta que tengo delante y que se me resiste como si fuera mi personal muro de Troya.
Al menos si ahora vuelvo a intentarlo la solana no pegará tan fuerte y el blanco que rebota en los ojos ya no hará daño.
Qué día más horrible para quedarse esperando delante de una puerta cerrada. Y los ojos ya me hacen eso tan característico de quien espera: desviar la mirada hacia el punto donde todo tendrá su fin, hacia la entrada del potencial salvador que conseguirá sacarnos de nuestra espera.
Me siento extraña. He crecido muchos años en estos últimos meses. En las fotografías ya no aparezco como una promesa sino como un presente, como una mujer adulta que ha definido sus rasgos, que ha pintado sus sombras y concretado sus facciones, y con ellas se quedará. Para lo que venga. Para quien venga. Y que venga alguien. Ahora.
Necesito sentir fascinación y fascinar, necesito ver unos ojos clavados en mi figura. Quiero la pasión de las mañanas de sábanas blancas, de los días echados a perder. Quiero aplastar las horas con mi sonrisa, gemir sobre el cuerpo de otro y dejar que el teléfono suene porque nada mejor puede ocultar.
jueves, 10 de julio de 2008
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