viernes, 11 de julio de 2008

MOLESTIAS APARTE

Tenía 26 años y estaba frente al espejo cuando decidí empezar a escribir esto.
La grieta de uno de mis dientes frontales se había ensanchado a niveles insoportables, estéticamente hablando, odiaba a mi dentista que años antes me había cobrado la cantidad de 1200 euros por ese diente postizo que nunca llegó a encajar como debiera haberlo hecho.
Por muy estúpido que pueda parecerle a cualquiera que pretenda tener dos dedos de frente y crea en todo eso del aspecto interior y la belleza del alma… el día que me rompieron el diente frontal cambió algo en mi vida.
Yo tenía 14 años y gozaba de mi primera acampada con las amigas. No habíamos ido muy lejos, cerca de la casa de campo de Txell había una explanada de hierba débil y corta, lo suficientemente grande como para dar cobijo a nuestras dos tiendas de campaña y los demás trastos que llevábamos, a saber; un fogón para cocinar, una nevera donde estaba la comida y la bebida, un tapperware donde habíamos guardado el tabaco y la marihuana y algunos cazos y sartenes para cocinar.
La verdad es que yo no conocía en profundidad a ninguna de las chicas que estaba conmigo, tampoco consigo recordar por qué me invitaron a mi a formar parte de esa acampada que parecía ser un ritual anual.
Supongo que yo a mi vez acepté porque me pareció una opción divertida, y porque parecían un grupo de chicas “guay”. Ahora con el tiempo me doy cuenta que seguramente yo también les debí parecer “guay” a ellas y que invitarme sin apenas conocerme, fue algo así como una revelación que yo nunca llegué a captar, algo como decirme “eres una chica cool”, cuando lo pienso, siento que debí ser una especie de vaquera solitaria con aspecto de ser mala. Se equivocaban en el 50%, yo nunca fui mala.

La cuestión es que pasamos tres días sin movernos de ese lugar, bueno a decir verdad, uno de los días subimos a un monte que había cerca. La cima no era nada bonita o tal vez no me lo pareció porque habíamos caminado durante 3 horas cuesta arriba para llegar a un montículo pequeño desde el que se veían más copas de árboles y algún punto de color y forma disonante (una casa) a lo lejos. Nada espectacular, algo totalmente previsible. Pero bueno, al fin y al cabo, por unas horas contrarrestamos de alguna manera el sedentarismo y humo de cada día.

Recuerdo el momento, no recuerdo en que día fue ni a que hora. Estábamos bajo el toldo de una de las tiendas, yo estaba de pie haciendo no sé que, y Dolors estaba arrodillada unos centímetros delante de mi. Había más chicas, pero no consigo visualizar quienes eran. Dolors se levantó de golpe y su cabeza se incrustó en mi boca, concretamente en uno de mis dientes frontales. Me separé de ella con dolor, inmediatamente puse mi mano en mi boca, sabía que el diente se había roto. Durante unos minutos permanecí retorciéndome de dolor, por su parte Dolors también se retorció, pero a mi me importaba un carajo. Cuando finalmente fui capaz de retirar la mano, me sorprendió que el diente no estuviera entre mis dedos. Entonces me toqué y estaba en su lugar, pero a pesar de las evidencias, yo sabía que se había roto. Yo siempre noto cuando algo en mi cuerpo se muere o se separa, y ese diente ya no estaba allí como siempre lo había estado. Me atreví a palpar el diente con más seguridad y lo empujé de delante hacia atrás, se movió con una facilidad sospechosa y dentro de mis encías noté el roce de dos partes del diente que se habían separado.
Mientras tanto tenía a mi alrededor a todo el grupo, ellas se empeñaban en decir que no pasaba nada, que todo estaba normal, se lo dije un par de veces, pero cuando me di cuenta que su pensamiento se apoyaba totalmente en la prueba empírica de que el diente aún estaba ahí, dejé de decírselo. Tampoco iba a servir de mucho. Por mi parte podía haber odiado a Dolors por todo lo que ese diente iba a representar para mí, pero no pude hacerlo. Y no pude porque era Dolors.
Dolors era de nuestra edad e iba a nuestro instituto, siempre me pareció una chica justa y buena persona. De su trágica historia había oído esbozos, pero ella nunca hablaba de ello. Hasta esa noche después de haberme roto el diente. El padre de Dolors había muerto de cáncer 2 años antes, una rápida metástasis lo llevó a la tumba dos meses después de la noticia del médico. Hasta aquí seria una historia trágica soportable, pero la de Dolors llegó más lejos, era una de aquellas historias de las que nunca se puede salir del todo. Su madre, ya antes de la muerte de su marido, había empezado a manifestar los síntomas de la esquizofrenia, después de la muerte su estado empeoró, y la enfermedad se desarrollo con toda libertad. En cuestión de meses, Dolors había perdido a su padre y, en cierta manera, también había perdido a su madre. Además, tenía una hermana mayor que avasallada por la desgracia familiar no supo dar el salto a la nueva realidad que se le presentaba, y a su vez desarrolló depresión asaltada por momentos de rabia intensa. Esa era la realidad de Dolors. ¿Cómo odiarla? El diente me costaría a mi 1200 euros y 3 años de tratamiento, cirugía, dolor y mal aspecto, pero la vida de Dolors ya estaba destrozada desde mucho antes y hasta mucho después.
Y mi familia era normal, o eso parecía.
Pero, ¿Por qué cambió el diente mi vida? Porque hasta ese momento yo no había sido consciente de la perfección de mi belleza, y con eso no quiero decir que deba ser miss universo o algo parecido, trato de llamar “la perfección de mi belleza” a esos rasgos particulares que me proporcionan una belleza determinada y peculiar, no al gusto de todos, no soy una belleza de esas que solo negaría una novia celosa, soy más bien algo peculiar y atractivo en su conjunto. Pero solo fui del todo consciente una vez que se produjo el accidente del diente. Y descubrir que a los catorce años acababa de perder mi perfección, por Dios! Yo aún tenía que conocer a mil hombres… y esa grieta no iba a borrarse. Todo lo contrario, iba a aumentar con lo años y el tabaco.

Ahora con los años, existe una evidente separación entre ese diente y el resto de dientes, además si me río sin control el labio superior deja ver la casi totalidad del diente, ya que la encía nunca llegó a bajar. Es un estorbo y me hace sentir fea. Ese diente, es algo que me arrebataron injustamente, pero que nunca pude reclamar. Es el recuerdo constante de Dolors y su familia. De la destrucción precipitada de mi boca y en cierta manera, el símbolo de la condena a parecer una roquera envejecida precipitadamente. Ese diente es la constancia de la perpetuidad de las marcas, la memoria de las grietas. Cuando somos pequeños tenemos la sensación que todas las heridas se curan, que después de cada golpe volvemos a ser los mismos. Pero cuando la rotura del diente se estableció en mi fisonomía, vino a decirme que algunas heridas nunca se van y que algunos hechos son irreversibles.

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