viernes, 2 de enero de 2009

Oda al auto-boicot

No sé si seré la única, pero hay algo que amarga mi existencia desde que de muy pequeña lo sentí por primera vez: el auto-boicot. De niña, cuando sucedía algo que me contrariaba o me disgustaba a menudo sentía la necesidad de hacer un berrinche que fuera molesto para mis progenitores, pero sobretodo que fuera molesto para mi misma. Entonces hacía algo que me perjudicara. A saber; si teníamos que ir a comer a un lugar que me encantaba, yo me negaba y prefería quedarme sola en casa de mi abuela. Una vez hecho esto me pasaba la tarde imaginando que bien estarían comiendo mis padres aquello que tanto me gustaba a mi. A medida que fui creciendo empecé a identificar y separar ese sentimiento del resto. De adolescente me volvía a suceder, y entonces me castigaba, ya no solo no yendo donde quería, sino dejando que alguien más comprara lo que yo deseaba o perdiendo oportunidades únicas. Quería que el castigo fuera más fuerte, que fuera doloroso, y ese dolor lo encontraba rápidamente rechazando algo que sería inalcanzable por siempre más. Así dejé pasar varias ocasiones y oportunidades que no se repetirán. Algunas cosas que no hice hubieran hecho felices a gente que he perdido. Durante un tiempo ese sentimiento se escondió. Creo que fue después de la adolescencia, entre la multitud de sentimientos y descubrimientos nuevos, el auto-boicot dejó de estar tan presente. Al volver lo hizo con fuerza renovada e inesperada para mi. Es como si todo ese tiempo hubiera estado hibernando y reponiéndose para volver con la fuerza necesaria para atraparme de nuevo. El auto-boicot se manifiesta ahora en cosas mucho más importantes en mi vida, sobretodo en mis relaciones. Por ejemplo, pienso algo, decido que voy a ser amable, cojo el teléfono llamo, y entonces no sé porque, lo juro, hay algo que hace que mi cabeza cambie de opinión por si sola y de instrucciones que yo no apruebo: si quiero ir a ver esa persona, no iré a verla, si quiero acompañarla a la montaña el día de mañana, no sé si podré. Y así me castigo. Casi siempre sucede esto cuando hay un motivo, por lo general insuficiente, que me hace sentir mal, un pequeño rechazo puede generar en mi, no una furia hacia la otra persona, sino una furia autodestructiva. Como estos últimos días ha hecho méritos suficientes para dedicarles una oda amarga, hoy he decidido ponerlo por escrito, a ver si así se calma un ratito.

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