Cada vez que tengo la oportunidad de llevarme a alguien a casa pasa lo mismo: tu cuadro. Pienso en tu cuadro colgado sobre la cabecera de la cama y todo se detiene. Ya no puedo. No puedo llevarme a nadie conmigo y me voy.
Podría quitar tu cuadro de ahí pero me resisto a hacerlo. Es el recuerdo más palpable que me queda de nuestra relación y quitarlo sería negarme algo importante. No es que quiera frenar el futuro y usarlo como escudo protector ante los próximos hombres que me encuentre. Es más bien, la sensación que mientras no pueda ver a ese cuadro sin nostalgia, no habré superado nuestra pérdida. Y mientras no la supere nadie merece estar conmigo y llevarse parte de este naufragio. Por eso sigue ahí. He quitado todos los demás; todos los que hiciste antes de conocerme y que inundaban mi casa con tu presencia, sobretodo con esa parte de presencia tuya que yo odiaba tanto. En cambio, ese merece estar donde está, aplastándome la cabeza cada noche, llevándose cada día una de mis primeras miradas al exterior. Tal y como tú hacías. Debo olvidarte, pero no a fuerza de esconder tus recuerdos, sino de superarte. El desastre que hemos sido ha hecho una profunda herida en mi corazón que aún parece lejos de sanarse, pero que de todas maneras, tendrá que sanar. Es por eso que me limito a dejar salir las cosas de mi cabeza y de mi cuerpo sin huir del dolor que eso supone. Porque dejarte salir de mí, me sigue provocando un dolor insoportable.
domingo, 13 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario