Nunca pedí por nada. Jamás supe lo que era esperar la voluntad divina. Pero esa noche comprendí qué sienten los demás cuando rezan. Esa pasividad mortecina, el deseo acallado que clama a voz en grito lo que anhela, pero por lo que no puede luchar.
Experimenté todos los estados en las horas tiranas que pasaban sin darme lo que yo quería.
Quiero comprender por qué los tejidos se urden así… ya sé, eso sólo lo comprenderé más adelante, cuando esta ansiedad ya no tenga razón de ser.
Mientras tanto, sólo me queda pasar esta noche como lo hacen las gatas en celo, pero desde la cama y en silencio.
jueves, 10 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario