lunes, 21 de abril de 2014

La última de siete


Era la última de siete. Hacía ocho meses que su hermana gemela había muerto y ahora tenía siete casetas para ella y un jardín desolado marcado por la erosión de la hierba que había trazado la manada cuando todavía existía. Autopistas de la melancolía por donde sus amos la veían pasearse una y otra vez. Quedarse la última era tener la peor mala suerte imaginable. Quedarse la última era como entrar en un mundo nuevo. Un mundo donde ya no volvería a sentir las cuerdas del trineo apretándose a su cuerpo durante el ascenso del camino ni la nieve quemándole los pies. Scali se llamaba y era una preciosa huskie en un pueblo de veraneo.