martes, 26 de agosto de 2008

bolitas vibradoras

Después de todo lo que habían hecho esas simpáticas chicas por nosotros, resulta que la cosa iba a terminar así. ¿Quién lo iba a decir?
Una entra en un sex-shop esperando que las dependientas no se le acerquen ya sea por miedo a poner en riesgo su propia seguridad o por dar espacio a la intimidad de los compradores. Pero en ese sex-shop, el más atractivo y moderno de la ciudad, las dependientas, dos regordetas de unos 27 años y con una playera a juego del mismo sex-shop, se nos acercaron la mar de simpáticas para poner a nuestra disposición sus conocimientos acerca de los productos que vendían y, además ofrecían demostraciones de lo que quisiéramos. Esta última oferta me inquietó un poco ¿A qué se refería con demostraciones? No le quise preguntar por no parecer grosera o pervertida, una de dos.
Fuimos contemplando cada una de las paredes del local. Yo no pude más que observar los demás compradores: una pareja de rubios jovencitos, bueno de mi edad, que discutían sobre los dildos de uno de los escaparates, me sorprendió la seriedad y sobriedad de su discusión. Parecía que estuvieran haciendo la compra de la semana: ¿calabacines o calabaza, mi amor? Tenían un aire afrancesado, semi-intelectual. No parecían turistas, pero sin duda tampoco eran mexicanos. Iban bastante abrigados para el tiempo que hacía, y eso les hacía parecer aún más extraños dentro de ese local. Como si estuvieran ahí de mentira, solo para darle un aire más cosmopolita al sex-shop. Ellos nunca se fijaron en nosotros.
Más de reojo y con menos confianza, observé a un señor un poco más mayor que deambulaba sólo por la tienda. Se paseó un rato por las películas y las revistas porno, sin prestar atención a los millones de penes y artilugios llamativos y sobresalientes, y luego se metió cual reptil en el “cine” de la sala contigua de donde salían suspiros y gemido en estéreo, eso sí, a todo volumen.
Me pregunto si habría alguien más en esa sala oscura de donde salían los alaridos, y ¿Ponían el volumen tan fuerte para tapar los otros gemidos, los de la gente que veía la película?
Después de la salida del señor nos quedamos solos con las amables dependientes que charlaban detrás del grueso mostrador.
Me desagradó el darme cuenta que entre los aparatos y aparatitos, los artilugios y gadgets, casi todo eran penes: penes para atrás, para adelante, para los dos lados simultáneos, grandes, más grandes, extra-grandes, gigantes y unos chiquititos que creo que eran para cubrir los dedos. ¿Era eso una expresión más de los masculinizado que está el mundo? O simplemente era la verdad: las mujeres tenemos un agujero y por muy feministas o lesbianas que seamos, en los agujeros largos y estrechos solo entran palos. Pero entonces ¿Por qué no estaba el lugar lleno de coños? Si las mujeres necesitamos penes, los hombres inevitablemente necesitan vaginas, es la ley de la naturaleza (para casi todos). Podrían haber vaginas grandes, chiquitas, ergonómicas, de diferentes texturas, más grandes con cintura, más pequeñas portátiles. Pero no había en la tienda ni una sola vagina. A mi parecer esto demuestra el alcance del mercado de la prostitución femenina: ¿Para qué usar una vagina de plástico cuando puedes pagar muy barato por una de verdad? A veces pienso que si las mujeres tuviéramos la misma facilidad para el sexo todas las guerras de género se acabarían.
Aunque mi pareja propuso que nos lleváramos un pene largo y grande, no lo hicimos. La verdad no me apetecía nada semejante bate de béisbol, al menos no por el momento. Tampoco compramos lencería, era demasiado cliché para que nos excitara realmente. ¿Alguien quisiera ver a su novia vestida de mecánica sexy? o peor aún ¿vestida con la bandera gringa? Después de descartar varias opciones nos decidimos por las bolas vibradoras. Es una bola grande que vibra activada por un mando a distancia inalámbrico. Me atraía sobremanera la idea de llevar la bolita dentro y que él pudiera activarla cuando quisiera sin importar donde estuviéramos.
Las amables dependientas nos enseñaron el mecanismo de la bola (básicamente funciona bajo el precepto más simple: on/off) y luego nos recomendaron un lubricante anti-bacterial para un mejor uso.
La verdad, como me agradaban aquellas dos regordetas. Tan predispuestas, tan amables y tomándose su trabajo tan en serio. En la mayoría de tiendas de la ciudad te encuentras a dependientes desagradables que no tienen ganas de vender y que intentan echarte a patadas de su establecimiento, en cambio ellas, en el sex-shop brindando un servicio excelente que trataba de hacerte sentir cómodo y eliminar así la vergüenza inherente de cualquier católico entrando a un establecimiento semejante.
Pero claro, no tenían factura… cuando una de las regordetas le dijo a mi pareja que su factura tendría que esperar unos 15 días, él se quedó callado y después de mirar intensamente a la pobre regordeta, con acento sospechoso y acusador le dijo: ¿Por qué? A lo que ella, sin mucha seguridad, todo hay que decirlo, le respondió que tenían unos problemas en el sistema. El sistema, ese ente misterioso propio del Matrix. Se enfureció. Le apuntó amablemente el teléfono en el ticket de compra para que llamara antes de ir a buscar su factura, pero, desgraciadamente ella no sabía que su amabilidad esta vez no iba a ser suficiente, necesitaba ahora un poco de picardía para manejar la situación. Lo que pasa es que ustedes no quieren pagar impuestos. ¿Ustedes? La regordeta se hubiera librado de tal discusión si simplemente le hubiera dicho: “sí, el propietario es un asco” o “yo es que solo vendo…” , incluso si hubiera dicho alguna de estas dos cosas, yo hubiera salido en su defensa. Pero como trató de ponerse el escudo de su compañía, la cosa se complicó bastante enzarzándose en una discusión donde él siempre la miraba directo a los ojos acusadoramente y sin decir nada dejaba que ella se enredara en una serie de respuestas cada vez más incoherentes y que siempre terminaban dando con aquella ambigua palabra: el sistema.
Dispuesta a convertir ese patético espectáculo en una lección también para mi, no intervine. En realidad tenía toda la razón de enfadarse con los vendedores que no pagan impuestos, al fin y al cabo él si los paga y tiene que repartirlos con el resto de la población, incluidos, los que no pagan. Por eso aunque me sobrecoge cualquier acto de violencia, dejé que manifestara su enojo y me dediqué a ver con el corazón encogido como aquella regordeta iba haciéndose chiquita detrás del mostrador.
Mientras observaba esto la bola que tenía en la mano, y que había sacado para observar mejor, vibró. Me sorprendí. Yo tenía el mando a distancia en la bolsa donde acababa de dejar el envoltorio de la misma bola ¿Cómo había vibrado aquello? Iba a decírselo a él, pero entonces volvió a vibrar, pegué un brinquito con el susto. Levanté la mirada de la bola y recorrí mi alrededor con la vista. Al principio me pasó inadvertida, pero en un segundo recorrido la vi. Claramente, la otra dependienta regordeta me miraba desde un punto más alejado y un poco escondido por uno de los expositores de la tienda: tenía un mando a distancia igual que el nuestro en la mano y me sonreía abiertamente. Me quedé atónita y ella volvió a accionar el mando haciendo vibrar la bola que volvió a asustarme. No sabía qué hacer. No sabía si tomarme aquello como un juego divertido, una broma muy cínica, sobretodo teniendo en cuenta la discusión entre mi pareja y su compañera regordeta. No sabía si de alguna manera era aquello una insinuación o si ella era una psicópata y después de eso tenía previsto atacarme con uno de esos enormes penes que seguro habrían servido para knockear a alguien de un solo golpe. Instintivamente, me lo tomé como una mezcla de las primeras dos cosas: una broma algo extraña y una insinuación amable de su parte. Le sonreí. Volvió a accionar la bola, esta vez ya no me asusté y ella la apretó durante largo rato para que yo pudiera observarla y toquetearla un ratito.
Finalmente oí un no tienen ustedes madre, por supuesto que no voy a volver a por la factura. Era hora de irse. Me giré para seguirlo y me despedí de la otra dependienta como si nada hubiera sucedido entre ella y yo, yo era la buena de la pareja, y no es que lo pretendiera, pero es que él se empeñaba en hacerme quedar así cada vez que discute con alguien del sector servicios.
Me detuve unos segundos para despedirme de la otra dependienta. Su mirada parecía un poco más libidinosa que antes, y a decir verdad no me molestó, la osadía de esa chica la hacía muy atractiva a pesar de sus quilitos de más. A modo de despedida ella alzó la mano en la que tenía el mando a distancia y la movió mientras con la boca simulaba un “adiós” mudo.
Salimos de la tienda y ya en la calle, me puse a reír de puro nerviosismo y cuando él me miró le dije: ay que ver que grosero eres.