Recuerdo muchas cosas de mi infancia. Algunas tienen historia, otras son simples recuerdos específicos. Tan simples como un gesto, o varios, un sonido o un panorama sonoro. Por ejemplo, recuerdo mis zapatillas rojas de estar por casa. Una especie de chanclas acolchonadas por arriba, pero de plástico por la suela. Se sujetaban a mis dedos por una única banda ancha. Al principio, me costó trabajo dominarlas, se me escapaban. Tal vez por eso después se convirtieron en mis favoritas, porque sentía que entre yo y ellas habíamos construido un vínculo, un comportamiento que, ya dominado, nos convertía en un equipo indestructible, algo así como los zapatitos de Dorothy en el Mago de Oz. Así que nuestro vínculo indestructible se empezó a plasmar en un gesto y un sonido. Caminaba por mi casa repiqueteando las chanclas en el suelo de baldosas: clas, clas, clas. Todo el día: clas, clas, clas clas. Variaba la tonadilla de vez en cuando, hacia mis propios arabescos sonoros o mis peculiares danzas exóticas. Zapateaba con las chanclas de estar por casa. Al poco tiempo mis padres empezaron a odiarlas. No los culpo, si yo no hubiera estado fascinada y no hubiera sido la poseedora del absoluto control de ese comportamiento, también las habría odiado. Pero a pesar de sus continuas quejas, yo no podía dejar de hacerlo:
“!Liliana! ¡Por el amor de Dios, deja de hacer eso!” Gritaba mi madre desde la cocina.
“¿El qué?” Le respondía yo. Y es que siempre he sido muy respondona.
Hay un vídeo de mi infancia donde salgo con las chanclas. Mi control sobre el zapateo con esas chanclas y el exhaustivo uso que de ellas hacía, me llevaron a convertirlas en parte de mi lenguaje con los demás. En ese vídeo aparezco yo en casa de mis abuelos, llevo las chanclas, toda la familia está reunida en la cocina. Están pendientes de mi abuelo y de mí. Mi abuelo me regaña, no consigo recordar lo que me dice. Mi padre me mira, espera una respuesta a los reclamos de mi abuelo; y yo, que los miro a los dos, intentando comprender el porque de la gravedad, me giro y espetó unos repiqueteos tremendos mientras salgo de la cocina dándoles la espalda. Incombustible.
martes, 15 de julio de 2008
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1 comentario:
Guapa,
Ví y oí lo que cuentas. Incombustible. Gracias por dárnoslo.
No sé si te guste que te escriba aquí de otros asuntos. Me imagino que quizás no, como imagino muchas otras cosas que los demás esperan o no de mí, y que me paralizan.
En este caso sigo tu ejemplo. Quiero domar mis temores y, simple, sencillamente, hacerme cargo.
Así que me hago cargo, de si no te gusta que te escriba aquí. De lo que pienses tú o piensen los otros que pudieran leer este comentario.
Me hago cargo, sobre todo, a manera de ejercicio y de promesa. De búsqueda, también, de un cómplice. Si tú lo eres, yo me hago cargo. O me haré. O lo intentaré.
O lo iré haciendo día con día, como hoy, que me ayudaste tanto.
El caso es que te agradezco. Me llena de buenos sentimientos el saber que estás ahí.
Aunque sea chancleando. (Aquí se estila mucho; según yo, ese es un verbo mexicano)
Besos deseantes.
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