La otra noche Armando se quedó un buen rato pegado al marco de la puerta de mi habitación. Mientras yo me quitaba los tenis y las medias calcetín. Como Armando seguía ahí, me detuve. Lo miré. Él seguí ahí, mirándome como si eso fuera lo más natural del mundo. No me refiero a que fuera anti-natural, sólo que la lógica apuntaba a que yo me iba a ir a dormir y Armando, o tenía algo que decirme y me lo decía, o también hubiera tenido que irse a dormir. Pero seguía en el marco de la puerta.
-¿Qué?
Armando movió la cabeza de manera ambigua. Quería decir: Nada.
Y no se movió.
Finalmente le dije que yo me iba a ir a dormir.
-¿Me echas?
-Sí –le sonreí.
Nos despedimos y él se fue.
Luego me quedé un buen rato tirada en la cama, aún sin desvestirme. Ya no podía estar segura de que Armando me quisiera decir algo. Nuestra confianza ha llegado a un punto en que tal vez era eso. Quiero decir, que tal vez el Nada era realmente eso. Que Armando no tenía nada que decirme y tampoco tenía sueño, que se había quedado en el marco a lo mejor pensando cualquier otra cosa que nada tenía que ver conmigo.
Pero igualmente dudaba. Si tenía algo que decirme… ¿Por qué no lo había hecho? Armando podía decirme cualquier cosa, yo era la única a la que Armando podía decir cualquier cosa y esa noche no me lo dijo.
viernes, 11 de julio de 2008
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