domingo, 6 de diciembre de 2009

Taza de café

Una gran taza de café en un espectacular. Era de noche y al pasar confundí la espuma con alguna nube enrojecida alrededor de lo que podría ser un agujero negro abierto en el cielo de la ciudad sin previo aviso. Después me di cuenta de que estaba equivocada, pero me quedé un rato más mirando la gran taza que por una extraña combinación de contraste resaltaba en la bóveda oscura. Era, definitivamente, lo más parecido que había visto jamás a un agujero negro. Observo este paisaje urbano ecléctico e imprevisible en el que todos participamos más o menos conscientes de ello. Por supuesto lo es el publicista que sabe del impacto que tendrá su idea en la realidad urbana de su ciudad, no lo es, tal vez, el niño que tira el chicle al suelo, a pesar de que su acción permanecerá más que la idea del publicista.

martes, 17 de noviembre de 2009

Niños con coche en una tarde de verano

Era el verano en que corríamos con las ventanas abiertas y el mismo disco pasado de moda a todo volumen. Teníamos los codos rojos por el sol y en la cara una sonrisa de quien desconoce la vida, nos pasábamos el día dando vueltas y viendo a las turistas rubias andar las calles. Suponíamos que algo debiera pasarnos en ese transcurrir. Pero ese verano no pasó nada. Tal vez alguno de nosotros perdió la virginidad pero no se lo dijo a los demás. No fui yo. Lo pensé muchas veces, lo pensé sobre los cuerpos de todas las turistas, pero no fui yo. Tampoco murió nadie. Y nosotros tarde tras noche corríamos las calles escuchando la misma música. Daisy nunca quiso subirse al coche. Casi ninguna quería subirse al coche. Habíamos logrado esa prepotencia de la que tanto nos jactábamos solo que sobre el objetivo equivocado. A veces, cuando dormitaba con la chela entre mis manos, soñaba estar en un cortejo fúnebre, pero como ese verano no murió nadie, el muerto solo podía ser yo; y me dedicaba sin miedo a ver las calles repetirse sin cansancio con los ojos entrecerrados. Incluso tengo la sensación de haber muerto un poco después de ese verano.
Daisy si lees esto: todavía puedes subirte al coche.

viernes, 16 de octubre de 2009

sin certeza

Ayer volví a girar la vista hacia la ventana; esperaba, que como me sucedió muchos años atrás la vida me dijera algo, pero en esta ocasión solo habían vallas y cercas de madera conteniendo una gran oscuridad. Eran parecidas a una gran cárcel que debo explorar, o, si reflexiono demasiado; tal vez la que se encuentra contenida entre esas cercas soy yo y la salida está al saltar la valla… y yo estoy tan cansada, tan tan cansada.

viernes, 25 de septiembre de 2009

el orden lo rige todo

La vida diaria es ordinaria y a veces eso me abruma – le decía ayer mientras nuestro coche se desplazaba lentamente entre el tráfico de la tarde. Había salido del trabajo a las 6 de la tarde y ese acontecimiento había despertado en mi esperanzas de algo nuevo, a lo mejor de una tarde diferente. Pero ya eran las 8 y nada nuevo había pasado. La desilusión me hizo cambiar de humor. ¿Iba a ser así cada día? – a él le parece que nuestras vidas son dos milagros porque nos alimentamos de unos trabajos prescindibles, inestables e impredecibles. Mañana podríamos estar sin trabajo y el mundo seguiría como siempre, inclusive en nuestro pequeño mundo nadie notaría nuestra ausencia.
Dos personajes anodinos en un paisaje gris, el puzzle ya estaba hecho y nosotros todavía éramos demasiado jóvenes.
Tal vez tenga razón en cuanto a la fragilidad de nuestra existencia económica, es más, tiene razón, no lo dudo por un momento. Pero eso no debería determinar la vulgaridad de nuestra existencia. Al menos deberíamos tener derecho a ser extraordinarios dentro de la pobreza y nuestra irrisoria realidad.
Si solo pudiéramos ser lo suficiente valientes para ser lo que no somos. El otro día discutía esto ¿es más valiente el que se queda o el que lo deja todo? Según yo el que lo deja todo siempre es más valiente, eso solo se hace una o dos veces en la vida.
A veces quisiera no tener oídos para ignorar las noticias lejanas. Quedarme en la burbuja.
En fin, nada nuevo sucedió ayer. Y hoy ya son las 6.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Montaña de basura

Me parece que llevo años sentada en la misma silla. La gente hace cosas, se vuelve famosa, cambia. Y yo, si me voy a quedar quieta, solo espero que me llegue la iluminación para ver la belleza de la conformidad, el aprendizaje en la paciencia. Ser algo así como la montaña de basura de Fraggle Rock.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Azul

Este domingo es como estar flotando boca arriba a mar abierto.
Estar flotando sin tener miedo de lo que hay abajo, sin tener azul.

domingo, 9 de agosto de 2009

yo no soy bonita

Cuando cierras la puerta de la habitación de tu dormitorio y parece que el día te ha ido bien. Te has reído, te ha ido bien. Bien. Cierras la puerta de la habitación y tienes ganas de cortarte el cuello.

ANGELICA LIDDELL, Yo no soy bonita

Yo nunca me leí la biografía de María Antonieta, pero conozco una guillotina.

sábado, 8 de agosto de 2009

soy un cocodrilo

Me he destrozado el brazo como nunca. Si Antonino me viera ahora querría abofetearme, nunca lo ha hecho, pero lo veo en su cara cuando me dice: pareces un cocodrilo. Y tiene toda la razón, yo miro la silueta de mi brazo rasgada por la luz de la ventana y me sorprendo de tanta violencia, como si no fuera mía. No sé si a los cocodrilos les duele la piel, pero sino, entonces yo seré un cocodrilo enfermo. Y mientras dure el dolor me repetiré a mi misma no lo voy a volver a hacer, no lo voy a volver a hacer. Miraré el brazo de vez en cuando esperando que la inflamación haya disminuido, pero no se habrá ido para la noche y tendré que cubrir este acto monstruoso con algo largo e inapropiado para el clima. Mañana al despertar ya solo quedarán pequeñas cicatrices y alguna de esas superficies claras y llanas que han ido apareciendo últimamente, después de tanta erosión. Y al ducharme le pediré a mi cuerpo que se recupere prometiéndole que no lo volveré a hacer, que yo, aunque no lo parezca, lo quiero sin duda.

viernes, 24 de julio de 2009

principio del fin

Y todo se desvanece entre dos platos y un mantel, así debería empezar esta historia; los dos callados, mirando al vacío que hay entre dos platos sin saber a donde ir ni que hacer, habiendo agotado ya todas las posibilidades del uno para consolar al otro.
Al alzar la vista y mirarnos no habrá ya nada de esperanza. Pero quedarnos en este estado tampoco la tiene. Deberíamos derrumbarnos y llorar nuestra tristeza, pero el llanto se nos ha ido escurriendo en el pasar de los días tristes, en la batalla de boxeo que poco a poco los dos hemos ido perdiendo por cansancio. Ya no hay pasión para llorarnos. Somos como un matrimonio que ha perdido un hijo.
No me importa haberlo perdido todo. Pero al haberme perdido yo ¿Dónde me deja esto ahora? - se lamentaba ella, dondequiera que estuviera.

jueves, 16 de julio de 2009

mente microscópica

He matado algo tan insignificante que ni siquiera estoy segura de haberlo hecho. Era un diminuto punto que se movía y sin pensarlo lo he aplastado con la yema del dedo, con una infinitesimal parte de mi cuerpo. Y ha dejado de moverse. Entonces lo he contemplado, si se puede contemplar algo tan pequeño, mejor, lo he observado en la medida en que mis ojos pueden ver microscópicamente, y ya no se movía. Era tan reducido que he tenido dudas de mi ¿Será que realmente se movía o mi imaginación me estará jugando una mala alucinación? ¿Puede estar vivo algo tan pequeño? Puedo pensar en la “idea” de organismos microscópicos, pero no puedo ver organismos casi microscópicos y no extrañarme ante la idea de que estén vivos. La mente es compleja imaginando y simple descubriendo.

martes, 14 de julio de 2009

sabios momentáneos

Es en la muerte cuando uno más da. Quiero decir que es cuando alguien que amamos se nos muere cuando más concesiones le damos a esa persona. Si ocultabas el apellido de tu padre tras una inicial, será en el día de su entierro en que cambiarás eso y le darás aquella satisfacción que tanto anhelaba, se la darás a cambio de nada. Por eso digo que la muerte de los seres amados nos convierte en dadivosos por un corto período de tiempo. Damos a cambio de nada, concedemos cosas íntimas y secretas siempre en actos invisibles. Somos de verdad personas que pueden dar. Un extraño valor interior nos convierte en otros, en nuestros mejores yos, y nos hace sabios. El contacto cercano con la muerte también nos hace sabios, sabemos más de la vida, sabemos más de lo que jamás alcanzará a saber el que se ha ido y lo notamos, esa sensación de permanencia contemplando la partida nos llena de perspectiva, y entonces nos damos cuenta que dar solo puede ser un acto aislado, dar solo es dar cuando no se obtiene nada a cambio. Nos erigimos en actos desconocidos y damos, ese dar, es nuestro monumento póstumo a la persona amada.

jueves, 2 de julio de 2009

Llueve en el mar

-Siento que tal vez hemos sido condescendientes. No en todo, claro, pero sí en lo más importante. Por otra parte ¿cómo hacerlo? Me refiero, a ¿cómo conseguir ser y compartir sin ser condescendientes?

Él permaneció mirando al mar que lejos de ser un mar cristalino y transparente como en las fotografías de los folletos, era un mar negro y agitado, con una superficie estucada por las gotas de lluvia que lo salpicaban constantemente. En la piscina del hotel no había nadie, solo cuando una tumbona voló por la agitada ventisca, un empleado salió corriendo y lo cazó. Rápidamente volvió a las entrañas del hotel.

-Las entrañas del hotel –dijo él.
-¿Qué?
-No lo sé, de pronto pensé en eso.
-¿No me estás escuchando, verdad? Para variar…
-Sí, pero era muy abstracto lo que decías ¿Qué te puedo responder?


En ese momento llamaron a la puerta de la habitación. Los dos se giraron, miraron la puerta y luego se miraron entre ellos.

-Abre tú.
Él no respondió.
-Por favor.

Con visible pesadumbre se dirigió a la puerta y cuando tuvo el manubrio en la mano suspiró con fuerza antes de girarlo para abrir la puerta.

Un camarero completamente desnudo, flaco, casi sin pelo en el pecho y unas caderas que bien podrían haber sido de una niña de once años, entró cargando una bandeja y un tripié para sostenerla.

Bueno días – sonrió el camarero, mientras en una perfecta ejecución ponía la bandeja sobre el tripié y luego los platos sobre la mesa de la habitación.

Marion y Jeremías lo miraban con cara de poca familiaridad y cierta vergüenza, evitando todo el tiempo que la vista se desviara hacia alguna de las partes intimas del camarero.

-¿Necesitan alguna otra cosa?
-No, gracias.
-Muy bien. Les informo que debido a las circunstancias atmosféricas, que esperemos que pronto remitan, hemos organizado una tarde de juegos en la sala de conferencias.


Marion y Jeremías, no alcanzaron a responder.

-A partir de las 4. Por si gustan.
-Gracias.
-Gracias.


Segundos después de que el camarero hubiera cerrado la puerta los permanecían en la misma posición. Jeremías miraba los platos del desayuno perfectamente ordenados sobre la mesa de cristal y Marion miraba hacia la puerta cerrada.

-Todavía no puedo creerlo. ¿Seguro que no decía nada, verdad?
-Te lo juro, lo hubiera visto.
-¿Todavía no responden? – preguntó Marion con un aire de cierta esperanza.
-No, deben estar en algún balneario nudista relajándose.


El cuerpo de Marion volvió a desinflarse como si fuera una colchoneta barata. Se giró para mirar de nuevo por la ventana, fuera nada había cambiado. El viento seguía arrastrando el agua del mar y la lluvia seguía golpeando el agua marina. De una forma u otro todo estaba mojado y como todo estaba mojado, todo era incómodo.

-¿No quieres comer?

Marion se dirigió a la mesa. Jeremías le retiró la silla y se la acercó pretendiendo ser un atento caballero, luego le tendió su servilleta. Los platos parecían perfectamente normales, incluso tenían buen aspecto, parecían tan corrientes que eran sospechosos. Nada en ese hotel les podría resultar de fiar. Empezaron a comer.

-No me puedo creer que nos esté pasando esto. Es tremendamente surrealista ¿no crees? Quiero ver la cara que van a poner Jorge y Javier cuando les contemos esto.
-Sí, nunca había imaginado una situación así. ¿Crees que estamos mal?
-¿Qué quieres decir? – le preguntó Jeremías, intuyendo que esa pregunta era como un caramelo con centro líquido y el líquido no era otra cosa que la ponzoña venenosa que venía atormentando a Marion desde esa mañana.
-Pues que no debería ser tan grave.
-Es grave, porque jamás pedimos venir a un hotel nudista.
-Sí, en eso tienes razón. Pero, una vez aquí, en estas circunstancias, no debería ser tan grave. ¿Por qué nos resulta tan espeluznante todo esto?
-Porque no estamos acostumbrados.
-¿Seguro? Yo te veo desnudo un 40% de nuestro día, yo me veo desnuda al espejo cada día, incluso me gusta mirarme, ver si me ha salido algún grano nuevo, si la barriga está más plana. Me gusta investigar mi cuerpo desnudo.
-Pero son nuestros cuerpos. Es nuestra intimidad. No las de cualquiera.
-Sí, pero solo son cuerpos desnudos, y para nosotros son como amenazas de bombas nucleares.
-Estás exagerando.
-Yo no puedo salir al pasillo y ver todo esos cuerpos desnudos entorno a mi. Me provoca angustia.
-Puede que sea porque nosotros vamos vestidos.
-Puede.

Marion en bikini estaba recostada en el sofá, leía un libro, Jeremías tumbado en la cama tenía la vista fija en la televisión. La tormenta había cedido a una llovizna tranquila y detrás de sus miradas, en la ventana se podía ver un arco-iris formado en la lejanía. Cuando el sonido de la televisión lo permitía se dejaban oír las voces y los gritos de júbilo de los huéspedes que participaban en la tarde de juegos del hotel. Así pasaron un rato, hasta que por fin, el arco-iris y los gritos les obligaron a volver a la vida.

-Vamos a dar un paseo.
-¿Con la lluvia?
-Casi no llueve, además hace calor, será agradable.


Marion dudó unos instantes.

-¿Cómo podremos evitar la sala de juegos?

-Debemos bajar hasta el estacionamiento y salir por ahí.
-Está bien.


Marion dejó el libro y tomó un pareo que tenía cerca, Jeremías apagó la televisión, bajó de la cama y estiró los brazos haciendo sonoros bufidos.

Las puertas del ascensor se abrieron y los dos salieron silenciosamente al estacionamiento, a penas un par de coches familiares cargados con bicicletas y las ruedas llenas de arena, dormían ajenos a cualquier actividad humana. Sin hacer ruido se dirigieron a la salida donde los despidió el vigilante, que también desnudo, sentaba sus posaderas y su barrera en un estrecho taburete, sudada copiosamente y dormitaba ante un pequeño televisor.

No habían calculado que salir por el estacionamiento implicaría tener que entrar a la playa por otro lugar, así que se vieron obligados a traspasar un par de manglares terrestres y a mantener el equilibrio para bajar una duna que desembocaba en la arena de la playa.

La leve lluvia les mojaba el cuerpo y los mantenía como si hubieran salido de la ducha. Solo de vez en cuando tenían que pasarse la mano por lo ojos para despejar el exceso de agua de los párpados. El pelo se les humedecía lentamente y la arena seguía siendo fina como harina, solo que ahora estaba completamente fresca.

-Qué agradable. – dijo Marion, con una inusitada felicidad.
-¿Te gusta?
-Sí.
-Me alegra.


Marion se giró y le sonrió. Jeremías apartó los pelos mojados de la cara de Marion y se los escondió detrás de la oreja.

-¿Qué deberíamos hacer?
-Tengo la sensación de que ellos están ahí para demostrarnos a nosotros cuantas cosas escondemos.
-Puede ser. ¿Quieres regresar desnuda al hotel?
-No por favor.

Los dos rieron.

-Pero tal vez lo importante no sea lo que queremos.
-Lo que quieres.

jueves, 18 de junio de 2009

Ahora

No sé si me habían preparado para esto. Toda la vida alejándome de los otros cuerpos, de las presencias persistentes en mi limitada esfera de existencia y ahora: esto. Me había entrenado y había logrado separarme lo suficiente de todos los demás como para sentir por fin que estaba sola y que podía sola. Me había convertido en la mejor amiga de mi soledad, en la mejor analista de mis pensamientos, en mi mundo personal y secreto tenía todo lo que necesitaba. Y ahora han pasado tantos días que no recuerdo cuando empezó a ser una costumbre despertarme con tu cara a mi lado, sobre mi espalda o bajo mi hombro. A veces me olvido de que estás ahí y cuando me despierto y te descubro tengo una sensación de sorpresa, pero no como esa que me sacude constantemente, la sorpresa histérica de mi personalidad revolucionada, sino una sorpresa tranquila y agradable. Estás ahí, justo donde quiero que estés. Y no te mueves, no te vas, no me dejas, y yo, yo no te odio, no deseo otra cosa, no me angustia tu presencia. A lo mejor estoy aprendiendo, a lo mejor tú me estás enseñando. A veces cuando estás triste y sombrío, cuando no me puedo acercar, solo te miro y pienso, pienso en que me veo a mi misma llorando escondida en el fregadero de la azotea aquella tarde de domingo. Llorando por mis cosas, por cosas que no quiero contar y que tú ya sabes. Otras veces tengo pensamientos brillantes, por ejemplo, el domingo que limpiamos la casa de tu madre, me acuerdo que yo estaba sentada en el departamento frente al armario blanco y frotaba sus puertas con el líquido mágico y el trapo. Tú estabas fuera tendiendo la ropa, sorteando los obstáculos que habíamos sacado para poder limpiar la casa. Y entonces me di cuenta, llevábamos más de una hora sin decirnos nada. Pensé que tú podrías haber sido mi perfecto amigo de la infancia, mi compañero de juegos. Y que probablemente en esa existencia paralela también me habría acabado enamorando de ti. Fue un pensamiento valioso, revelador. Pero no te lo dije, he descubierto que también puede haber secretos de este tipo entre los dos.

viernes, 12 de junio de 2009

Una reflexión con muchos interrogantes

Estaba pensando que tal vez pudiera ir a comprarme un objeto extravagante y después dejarme morir en una esquina cualquiera. ¿Qué estupidez, verdad? ¿Por qué será que a veces nuestra mente genera estos pensamientos tan aparentemente ilógicos y aislados? ¿Sacaría algo en limpio si me dispusiera a analizarlos? ¿Algo como una respuesta, una característica, una espejo donde pudiera reflejarse el yo que siempre me es vetado ver? Pensemos: Un objeto extravagante… extravagante porque no debería pertenecer a mi realidad cercana y cotidiana, esa que ejecuto bajo las normas de aparente normalidad. En mi pensamiento ese objeto extravagante son dos en realidad; me veo con un vestido de alta costura, uno de esos maravillosos que cuestan más de lo que yo podré jamás reunir, me siento en el suelo y lo ensucio, lo ensucio porque es extravagante, carece de sentido para mí. En la mano llevo un termo Starbucks. Últimamente he estado pensando en comprarme uno, produzco demasiado residuo plástico con mis botellas de agua, considero que debo tomar la responsabilidad de comprarme un termo y llenarlo de agua cada día. ¿Habré pensado en los de Starbucks? Probablemente, siempre que entro en esa tienda me dan ganas de comprar más cosas que un café. Entonces ¿por qué será para mi esto un objeto extravagante?¿Son las cosas “extravagantes” extraordinarias? ¿Serán las cosas extraordinarias aspiracionales? Puede ser, si no lo tengo es extra-ordinario para mi reducido mundo, si no lo tengo lo quiero. ¿Es esto algo inevitable? Una vez que consigo esos dos objetos extra-vagantes me dejo morir en una esquina. ¿Por qué? Pienso aquí dos cosas; o bien he hecho el esfuerzo extraordinario de conseguir esas dos cosas extravagantes y con ello he llegado al fin último de mi existencia, por lo cual, ahora ya no queda más que morir; o bien, poseer esas dos cosas extravagantes y extraordinarias me han sacado de mi realidad y por lo tanto debo morir en una esquina impersonal al no tener una realidad donde existir. En cualquiera de los dos casos, los objetos extraordinarios y extravagantes suponen la muerte. ¿Dónde me lleva todo esto? ¿Dónde está el espejo en el que pueda por fin observar el yo? ¿Soy yo esa misma que se deja morir en una esquina? ¿Es esa imagen el espejo? Una mujer para la que abandonar su realidad es una forma de suicidio. Eso es lo que dice el espejo. ¿Estamos de acuerdo?

miércoles, 10 de junio de 2009

No hay perros para todos

Cuando Nani me dijo que él había sido criado entre la televisión y el perro, me reí. Me reí varias veces después y lo seguí pensando. Así eran las familias que yo había conocido. Mis tíos no aparecían hasta que yo y mi prima nos estábamos pegando con las sartenes (una vez la dejé inconsciente un par de minutos). Hubo una temporada en que mis padres solo volteaban a verme cuando les llegaba una citación en la escuela para hablar de mi “autismo”. Y les costaba entenderlo. Una vez, yo y la misma prima, nos perdimos en el bosque durante horas, al anochecer nos dimos cuenta que era hora de regresar, para ese momento nuestros padres ya habían emprendido una búsqueda popular para encontrar a la niñas. Ese día aprendimos que había un espacio de libertad en el descuido de nuestros padres, podíamos ser dueñas de ese espacio si no traspasábamos los límites del reino de nuestros padres. Creo que a mi prima le quedó mucho más claro que a mi a juzgar por la paliza que le dio su padre. Pero a excepción de esta ocasión y un par de raras ocasiones más, el resto de nuestra infancia transcurrió en nuestro espacio de libertad lleno de hierros oxidados de las construcciones abandonadas, peleas a pedradas en los patios traseros o comida experimental a espaldas de nuestros adultos. Entonces me di cuenta que nosotras también habíamos sido criadas entre el perro y la televisión, a excepción que nosotras aún no teníamos perro y la televisión no nos interesaba lo suficiente.

lunes, 1 de junio de 2009

La Fábrica


Han tenido que pasar muchos años para que me diera cuenta de esto: las sirenas del pueblo regían nuestras vidas. Nuestros hábitos y horarios estaban configurados por una fábrica. La Fábrica, así llamábamos a ese monstruo humeante y ruidoso del que todo provenía. Ahí pasaban nuestros padres la mayor parte de su tiempo, mientras las niñas y los niños crecíamos alrededor de sus muros y al compás de su sirena. La Fábrica encerraba un misterio que era la vida de nuestro padres. Otra vida les aguardaba allí dentro y nosotros no sabíamos nada de ésta más allá de las batas verdes de nuestras madres y los pantalones de tergal azul oscuro de nuestros padres. La Fábrica nos dejaba el cansancio de los domingos y la pelusa acumulada en los rincones del piso. Nuestras tardes se convertían a veces en aire cargado de azufre o de productos químico con nombres impronunciables. Ahora nada de esto existe, los muros abandonados de esa fábrica son un recuerdo de tiempos mejores, la reminiscencia de una actividad que ha ido poco a poco dejando al pueblo con su soledad medieval llena de espectros que de vez en vez caminan sus calles.

lunes, 18 de mayo de 2009

de noche

Amo pero no me suicido. Soy abnegada pero no una esclava. Tengo un agujero negro pero no soy un pozo sin fondo. Dice Xènia que mientras siga teniendo esta idea sobre el amor seguiré fracasando. Yo oigo ambulancias. Hay ambulancias por todas partes. También coches de policía. Hoy me salvo yo y muere otra.

lunes, 11 de mayo de 2009

la "intensita"

Hay un adjetivo en México muy cruel: ser la o el “intensito”. Digo cruel porque es una manera letal para descalificar a aquellos que somos exageradamente sensibles y así lo expresamos. Algunos podrían llamarnos histéricos o histéricas. Exacerbadas o exacerbados. Al fin y al cabo solo son formas simples de expresar precisamente esa hipersensibilidad y over-expresividad. Pero “intensita” (voy ya a abandonar lo políticamente correcto y dejar el género masculino de banda, porque al fin y al cabo hablo de mis cosas y lo mío termina en –a) es un adjetivo descalificativo sin espacio para la comprensión. Es como una manada de hombres viendo un anuncio de compresas y pensado “ah, que aburrimiento, siempre igual”, Oh, sí queridos, eso es cada 25 días, lo sabéis bien. La “intensita” es esa que habla y da importancia a algo cuando debería dejarlo pasar y callarse, es esa que no se ríe con un chiste machista (además de que casi todos son malos ¿cuándo lo entenderéis?), la “intensita” es esa que en una reunión de “amigos” no se calla cuando está en contra y quiere seguir ahondando en el problema cuando los demás ya han pasado un tupido velo ante el incómodo comentario. La “intensita” es la que subraya el subtexto de los “solo un comentario” y entonces hace un problema, la “intensita” es la que no está dispuesta a aceptar los celos de su novio como algo “normal” a lo que hay que resignarse. Y sí, la “intensita” también es aquella que cuando le tocan aunque sea el do menor salta como una hipérbole viviente sin poderse contener, tal vez ese sea el único y verdadero defecto de las “intensitas”. Perdonen las molestias que esto les pueda ocasionar, pero soy una intensa.

domingo, 3 de mayo de 2009

Una mujer bajo la influenza

Puedo escribir muchas cosas bonitas sobre este episodio de mi vida, qué paradoja. Y eso, que la epidemia ha conseguido ponerme verdaderamente nerviosa, sobretodo el primer día de escándalo. Estábamos en casa y mi novio se puso enfermo: vomitó, tenía fiebre, diarrea. Los primeros días del estallido buscabas en Internet cual era el cuadro sintomático de la gripe porcina y una correlación interminable de síntomas aparecían en la lista. Desde fiebre a escalofríos pasando por vómitos y diarrea. Y nosotros en casa con el termómetro bajo el brazo y esperando que la cosa se pusiera peor. Una amiga me llamó por teléfono. ¿Has visto lo que está pasando? – Sí Le conté como se sentía mi novio. ¿Llevas una mascarilla puesta, me imagino? –No. Si está contagiado ya es tarde para eso ¿no crees? – No, por supuesto que no. Los virus no son tan predecibles ¡ponte una mascarilla! Colgué el teléfono y el termómetro marcaba fiebre. ¿Será que de verdad tendré eso? ("eso" era para nosotros en ese entonces, antes de ser la gripe, la porcina, la influenza) – No lo sé. Mireya dice que debería llevar mascarilla si tu te encuentras mal –dije tímidamente. Él se levantó y tomo una de las mascarillas, me la entregó: Tiene razón, póntela. En ese momento, las 11:00 de la noche, llamaron mis padres, estaban alarmados, en España las noticias eran terribles, para ellos, la Ciudad de México era un hervidero de virus del que se debía huir inmediatamente. Y yo con la mascarilla puesta al otro lado del teléfono: ¿Tú te sientes bien, verdad? – Por supuesto, mamá. ¿Y no has estado cerca de nadie que tenga síntomas? –me preguntó mi padre. Miré a mi novio. No, nadie. Aquí está todo bien. Colgué el teléfono, estaba exhausta de tanto pensar en lo mismo, de mirar Internet cada veinte minutos para ver si algo nuevo y determinante (¿Determinante de qué? – pienso ahora) aparecía. Me sentía ridícula e inconforme con la situación; estaba usando una mascarilla dentro de mi casa para protegerme de mi novio. Aislada. Finalmente ese día él tomó la decisión de irse a dormir a su casa. Yo me quedé en la mía, sentada en la cama, tratando de leer, de vez en cuando volteaba la vista al móvil que estaba en el suelo. Una oleada de temerosa adrenalina me subía por el esófago. Que todo esto no sea más que otra gran mentira – rogué para mi. Esa noche fue un martirio. Después y sin ningún síntoma, la cuarentena no ha sido nada más que un receso de clausura pero con pecado concedido.

viernes, 24 de abril de 2009

Freeze

Recuerdo haberme congelado en el presente. En el silencio tibio de la oficina he mirado mis uñas de pintura desconchada durante varios minutos. ¿Quieres salir a pasear un rato? - Me he preguntado a mi misma como me pregunto las cosas cuando quiero cuidarme, cuando sé que estoy tan rota que necesito darme cariño de forma incondicional. Es algo que he aprendido a hacer en los últimos años, este comportamiento va unido a la única verdad absoluta a la que he conseguido llegar: que yo soy yo y nunca seré otra, que nunca saldré de este cuerpo y que por lo tanto, renunciar no es más que condenarme a una lenta y larga tortura. Esta verdad es tan absoluta que jamás he conseguido rodearla y siempre acaba funcionando para ponerme en marcha; pero la frustración, ahí está, se manifiesta en unas latentes ganas de llorar que se condensan en mi cabeza hasta formar una nube de tormenta que luego me aprieta al levantar o al sentarme, en el cambio de presión, me duele. Y ahí se queda. Solo yo sé porque. Es mi secreto.

martes, 14 de abril de 2009

las cosas no son siempre lo que parecen

Una cree que hay cosas verdaderas hasta que se da cuenta que ni una misma es verdadera. ¿Cómo sostener algo cuando yo no tengo fundamento? Me he pasado un buen rato inmóvil viendo el picaporte de la puerta. Eso es todo lo que me ha quedado de ti: una puerta cerrada. Yo no quería. O tal vez sí. Si al menos me creyeras cuando te digo que no sé que me sucede… pero al decírtelo te has marchado como un cobarde aparentando ser un valiente: “eres la mujer que más he amado” me has dicho. No podías decir algo menos incongruente. No es esa la reacción de alguien que nunca me ha querido bien. Te he dicho que no te fueras y sin embargo has fingido ser un samurai y creyendo que adivinabas el futuro: “si me quedo contigo solo me quedaría ver como te vas con otro” te has marchado sin darnos el tiempo que nos merecemos. Luego has vuelto, enfurecido, me has sacado del sueño con un látigo y me has empujado a la cama varias veces cuando todavía no podía ni abrir los ojos dañados por la luz repentina. No he tenido miedo porque todavía estaba entumecida por el sueño. Una y otra vez has inquirido la verdad, me has atosigado esperando que llorara, lo que no sabías era que lo que ibas a destapar era mucho peor de lo que pudiste imaginar. Una vez destapado te ha dado miedo. Perdóname, no quería lastimarte , te has disculpado abrumado por mi estado, Sí, sí querías. ¿Y sabes lo peor de todo? Que la única forma que tienes de lastimarme es hacerme mirar en este agujero negro que tengo dentro.

viernes, 27 de marzo de 2009

Sangre

Duele, duele y duele todavía más de lo que esperaba. ¿Por qué no puedo tener una existencia tranquila entre nosotros? ¿Por qué me siento tan ajena, tan dolida, tan inservible para ellos y para mí? Soy una tarada emocional. Una ta-ra-da. No puedo explicarlo de otra manera. ¿Qué es esto que me impide estar cómoda, ser entre los míos lo que soy entre los demás? No es posible que la familia con el tiempo se resuma a esto, a la supervivencia, al espacio artificial de la tolerancia. Tengo una sanguijuela en el corazón que me está chupando el sentido y me tiene atrapada, su hambre es la que me impide hablar y preguntar, la que me altera cuando no hay motivo y ofusca mi capacidad de comprensión. ¿Quién o qué o cuándo es esta sanguijuela? ¿Cuál es su nombre? ¿Qué escondo?

jueves, 26 de marzo de 2009

Me duele la cabeza


El despertador no me sonó pero yo me levanté porque el dolor recorría mi cabeza y bajaba hasta el inicio de mis hombros. No comprendía nada. Me levanté algo atontada y me di cuenta de que mis mandíbulas se habían encajado la una con la otra, mi protección se había pegado a mis dientes como un plástico que se quema sobre una superficie rugosa. La despegué y me puse a hacerme de comer pensando que eso ayudaría a que mi cuerpo despertara y el dolor se fuera. Pero a medida que comía sentí que la cabeza me traicionaba, luego me di cuenta que no podía enfocar la vista, primero miré el cielo extraño del día de hoy, una nube recta de color cenizo sobre un cielo claro, casi sin color. Los bordes se difuminaban tal vez sea la lejanía, encendí el ordenador y busqué El País, no, no era la lejanía, era mi vista, no sabía porque pero no podía enfocar. Comprendí entonces lo que estaba sucediendo: la visita de una migraña. Hacía tiempo que no me pasaba, recuerdo perfectamente la vez anterior, es difícil olvidarlas. Supe otra vez que el Chamán tenía razón, cuando mi corazón explota mi cabeza duele y no puedo ver. Corrí hacia mi pequeño neceser-botiquín y busqué desesperadamente algo que pudiera abortarla antes de que se adueñara de mi. No tenía mucho, pero la combinación de un aspirina e ibuprofeno no podía ser mala. Así que tomé el cóctel y me tumbé en la cama, me tapé con el edredón esperando que eso aliviara mis ganas de oscuridad e intenté de olvidarme de los gritos de los niños de la escuela que hay al lado de casa de mi amiga Sofía. Traté de dormir durante una hora y lo conseguí solo al final, unos 30 minutos seguramente. Me volví a levantar agradeciéndole a la vida que nos diera segundas oportunidades y pensando que yo ya estaba harta de que me pasarán por encima, esta vez voy a agarrarme a la oportunidad y no dejarla escapar nunca más, cueste lo que cueste.

lunes, 23 de marzo de 2009

Apos tata

Voy a apostatarme (o apostasiarme?) No sé muy bien todavía como funciona este verbo, soy nueva en ello. He escrito una carta al Obispo de Vic, he fotocopiado mi documento de identidad y por último, el próximo domingo tendré que ir a un pequeño pueblo cerca de donde viven mis padres a buscar mi partida de bautismo. Con todo ello entre un clip podré esperar la respuesta de mi (mi?) Obispo para ver si puedo abandonar la fe que abandoné hace mucho y quitarme de las listas católicas. Siempre había pensado en como podría revertir el hecho de ser Católica Apostólica Romana, pensé que era imposible y que se vive con ello como con los tatuajes que una se hace cuando tiene 14 años. Pero resulta que no, que hay una manera. La iglesia no proporciona esta crucial información en el montón de páginas web que tiene, una puede informarse si quiere de los horarios de las misas, de las nuevas ediciones de la Biblia o incluso leer las cartas que los pastores dejan en esa web, sí ellos también tienen derecho a un blog ¿O creías que no? Pero sobre la apostasía no hay una sola palabra. Otros ateos más reaccionarios que yo encontraron la manera y ahora yo me sumo a la moda. Esto de apostatarse tiene solo una cosa de emocionante, que esta mañana me obligó a llamar al Párroco de mi comarca y que el próximo domingo me veré obligada a recorrer unos cuantos kilómetros para recuperar de su mano mi partida de bautismo. Cuando hablé con Monseñor, un agradable ancianito cuyo número de móvil empezaba con 666, tengo que decir que me provocó risa dicha coincidencia, me dijo que él podría hacer una copia de mi partida y entregármela con mucho gusto, cabe remarcar que todavía no le he dicho porque la quiero y espero no tener que desvelar el motivo. Eso sí, tendría que ir hasta el pequeño pueblo donde él reside a buscarla, tendrá que ser el domingo a partir de las 5 de la tarde, en su casa delante de la iglesia. Monseñor da por sentado que tengo coche, que tengo dinero para la gasolina y que además, me corresponde a mi todo el trabajo que ocasiona irla a buscar. De métodos modernizados ni se me ocurrió preguntar. Así que el domingo tengo una cita con Monseñor Felipe, no puedo negar que me emociona. Ver la cara de un ancianito que ha dedicado su vida a una fe y al que ahora le toca vivir en un tiempo en que los “jóvenes” como yo le consideramos una figura exótica. Espero que al menos cumpla mis expectativas.

lunes, 9 de marzo de 2009

Postales de Barcelona

Desesperanzadados, todos hastiados. Me da más miedo una persona sin esperanzas encerrada en el metro que cualquier calle del DF. Un hombre pasa muy cerca de mi, huele a alcohol, lleva gafas de sol y un dedo vendado. Aquí todos están drogados – pienso. Freaks de ciudad. Decenas en dos días. Un tipo se sienta delante de mi, tiene tics en la cara, cierra los ojos insistentemente y hace muecas extrañas con la boca, lleva varias bolsas de plástico llenas de papeles. Saca una revista maltratada de una de ellas, parece que las recoge de la basura. Es una Interviú atrasada, la abre por la página de los desnudos y entonces sus muecas se empiezan a descontrolar, su cara es un cuadro futurista, lleno de líneas de movimiento y figuras feas. La noche anterior un chico se sentó a nuestro lado en la parada de autobús. Estaba tan pasoneado que si se levantaba tropezaba con quien estuviera delante. Así lo hizo un par de veces, luego pedía perdón y se volvía a sentar, se ponía el dedo índice delante de la nariz y dormitaba, Come stae Gigi? ¬le preguntó Alice, Sono, sono le respondió él. Nosotras nos fuimos y especulamos sobre donde dormiría Gigi esa noche. En la estación un hombre joven duerme en un banco metálico, no está sucio, desde aquí puedo ver sus inmaculados calcetines blancos, duerme tan profundamente que ronca. Detrás suyo unas estudiantes Erasmus hablan y ríen, colocan su pelo y ajustan sus ropas insistentemente, brillan. Un retardado mental me da un susto poniéndose delante de mi abruptamente ¿Qué hora es? Me pregunta. No tengo reloj, pero enseguida me doy cuenta de que no es eso lo que quiere. Se va. Y yo me quedo. Miro y me aterro de todo.

sábado, 28 de febrero de 2009

como humo


Tengo varias imágenes el día de hoy. Una de ellas es un enchufe de pared con un rastro de polvo anaranjado. El rastro de ese polvo tan característico de ladrillo triturado, se dividía en dos y se volvía a unir en un montoncito sobre una caja de línea telefónica sin conexión. No lo habían limpiado desde el día que lo instalaron. En la misma habitación, en la segunda repisa de un estante metálico, había una pequeña cubeta alargada de aluminio envejecido. Sobre ella, en uno de los lados alguien había puesto un adhesivo de demo que rezaba: eres una pulcra. Definitivamente no lo era. Más allá de las paredes de nuestro condominio los árboles de la plaza San Juan siguen asomando sus copas. Se mueven fervientemente, y pienso; ¿será que ahí arriba el aire es más fuerte? Mientras yo cargo la cubeta de la ropa sucia, voy camino a casa de Xènia, con tejanos sin cinturón y gafas de sol, arrastro los pies por el pasillo de nuestra vecindad. En mi cabeza suena Amadou & Mariam, los he dejado en casa en pausa. Me froto la cara con la mano e inmediatamente me acuerdo de Antonino, todavía no hace mucho que se ha ido. Me relajan las imágenes que llegan sin avisar y sin irlas a buscar.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Tormenta eléctrica

Aquí estoy yo, vestida de plata y oro, engalanada hasta arriba, plantada delante de ti como una farola con sobrecarga que chispea y gime. Como una farola que hoy quisiera ser bengala de auxilio en el mar, así resaltaría en mitad del vacío oscuro y podrías y deberías verme. ¡Cómo me aprieta este vestido! Y de ti solo siento ese repudio incomprensible, igual que entonces con Kilian, las cosas cambian de la noche a la mañana, sin previo aviso. Después de eso, sé más. Después de ese profundo dolor si esta vez llego al Sí, no me desmayaré. Tal vez en el ahora, en el repudio incomprensible pueda irme. ¿Se diluirán los días en los años, en el tiempo?

No estoy realmente aquí

Estiró el brazo y su axila quedó a la altura de la cara. De seguida el olor dulzón de su sudor impregnado en la rebeca. Era agradable. Suspiró profundamente tranquilizándose y llenándose de ella misma. Pensó que a lo mejor ese gran suspiro lo podía haber desconcertado a él – si pensara en ella, en su presencia -. ¿Cuánto tiempo llevaba tumbada en la cama? El hermoso vestido se había arrugado y las medias se le clavaban en la barriga haciendo complicada la digestión de la rápida y silenciosa cena de esa noche. Apenas le había visto la cara mientras comían. Él se puso a espaldas de ella y aunque estaba juntos y muy cerca ella tuvo la sensación de estar comiendo sola. ¿Por qué lo habría hecho? Como siempre ella había fingido una feliz indiferencia, había observado la parrilla de la carne, los cocineros trabajando, la gente comiendo, el queso hirviendo en mitad de las llamas. Como si nada le estuviera sucediendo por dentro y fuera absoluta y totalmente feliz. Él estaba tirado en el sofá y desde su posición podía verle los pies; de vez en cuando se rozaban entre ellos y entrelazaba sus dedos, jugaba. Con su dedo imitó el movimiento de los pies rozándose los labios y los dientes. Podría levantarme, podría irme. Justo en el momento que pensaba eso, la cabeza de él apareció sonriente al otro lado de la pared, ella le respondió, como siempre que estaba mal, con una sonrisa, fingiendo que todo estaba perfectamente bien.

viernes, 6 de febrero de 2009

Sin entierro

Lloré amargamente la defunción de mi padre. Ni siquiera lo llegamos a enterrar y en realidad, si es que existe alguna, él era otro. Pero yo lloré amargamente esa muerte. Durante más de 5 días, durante 8 horas de una noche de frío. Me desperté para ponerme un suéter y después moría mi padre en sueños. No era yo quien lo mataba, era otro, ahora su cara me es irreconocible, pero en sueños era alguien. Yo intuía que él era el asesino, intuía como se intuyen las cosas en los sueños, con esa certeza muda que una sabe con una veracidad concebida sin pecado, como la Virgen María concibió a Jesús, tal vez ella también solo le soñara. El asesino, cuya cara insisto en recordar pero no triunfo, llevaba varias diademas de su hija en la cabeza, yo le tomaba un par de ellas y me las ponía en mi cabello y entonces le decía: unas son hijas, otros son padres. Era una amenaza, los dos lo sabíamos. Y luego volvía al llanto. A la pena profunda sobre el cadáver sangriento, a la tragedia griega de mi inconsciente.

jueves, 5 de febrero de 2009

El declive - cap. 1

Abrió los ojos y por primera vez en mucho tiempo sintió que algo había cambiado drásticamente. Este sentimiento le pasó fugazmente por la cabeza y fue eliminado en seguida porque venía acompañado de una sensación oscura que la ponía nerviosa.
Las estrellas fluorescentes en el techo de su habitación de niña permanecían allí como si el tiempo no hubiera pasado y la capa de ozono siguiera tan limpia y reluciente como 15 años atrás. Entre la Osa Menor y la Osa Mayor, estaba la constelación que ella y su hermana habían dibujado y posteriormente bautizado como Cele una combinación de sus nombres: Cecilia y Leticia. Como todo en casa de sus padres la habitación estaba impoluta y perfectamente ordenada, se adivinaban espacios vacíos en las estanterías, seguramente recuerdos que se habían ido en una de las múltiples visitas que las niñas habían realizado al hogar paterno. Ella misma recordaba haberse llevado una concha de mar que había guardado desde pequeña. Era una concha de mar con una extraña forma, impropia de los moluscos o los corales, pero bella en su deformación. Cecilia la había atesorado desde niña y en una visita, antes de marcharse a L.A. se la había llevado, como si la concha fuera a mejorar en algo su existencia, o al menos hacer compañía a su deformación interior. Más tarde la había olvidado o perdido en uno de sus múltiples traslados. Supuso que había cumplido su papel.
Después de disfrutar un rato del tacto de las sábanas y la quietud de la habitación se levantó. No se calzó, en casa de sus padres el suelo estaba tan limpio que podía ahorrárselo, aunque supiera que en el preciso instante que entrara a la cocina para comer algo su madre le dejaría ir un: “Cecilia, que mala costumbre de no calzarte, vas a coger frío”.

Su madre estaba tomándose un café frente al televisor de la cocina, hacía años que se lo habían prescrito, pero ella seguía sus propias reglas.
Cecilia abrió la nevera con la intención de prepararse un desayuno y al hacerlo descubrió que tendría que poner mucho de su parte para poder sobrevivir con sus padres de nuevo. Todo lo que había en los estantes de la nevera estaba lleno de calorías o carbohidratos, grasas saturadas y millones de ingredientes artificiales que contribuían al aumento de peso que ella no podía permitirse. Menos, ahora que debía empezar de nuevo en esa ciudad, y ya no era una niña. En realidad tenía 35 años, pero bajo su punto de vista, había muchas oportunidades esperándola. Era en esta ciudad donde había dejado a sus antiguos amigos, a los que no había llamado ni una sola vez desde que se fue y a los que despreciaba con la indiferencia en el correo electrónico. También la cadena de televisión que le dio fama y dinero en sus primeros años como actriz estaba aquí. Decir “primeros” era una mentira, porque habían sido únicos aunque Cecilia tratara de clasificar a los años que siguieron como años de estudios de actuación y participación en pequeños papeles como entrenamiento en su carrera, la verdad era que después de esos años de joven ídolo de adolescentes, Cecilia no había logrado nada. Nada más allá de acostarse con productores y esnifar toda la cocaína del mundo. Cualquiera pensaría que es lo que corresponde a una joven actriz que aspira a continuar su carrera, y así habría sido, si en medio de todo esto no hubiera surgido la enfermedad. La enfermedad fue un parte aguas en su carrera y en su vida, después de ella no hubo más que ruina y un declive imparable que todavía no había llegado a su fin.

En su habitación nueva, que en realidad era la que la había visto crecer, Cecilia empezó a deshacer las maletas. Colgó sus vestidos escotados en el armario de color rosa con acabados florares blancos donde antes había estado su uniforme escolar. Sujetadores de todos lo colores, con y sin tiras, todos con espuma que le moldeaban los pechos y los hacían parecer redondos y perfectos. Bragas, medias, los zapatos ordenados junto al armario. Luego salieron las pastillas, los 3 paquetes de pastillas que debían acompañarla a todas partes. Después de mucho tiempo se había concienciado que debía tomarlas. Sin ellas su frágil estado mental no podía regularse y eso le había ocasionado embarazosos disgustos y evidencias públicas. Afortunadamente la gente que los había presenciado ahora quedaba atrás.
Tenía la oportunidad de empezar de nuevo y esas pastillas eran sus mejores amigas y aunque las odiara, porque creía que podían hacerle aumentar de peso, sabía que sin ellas no sería capaz de nada.
Cecilia se puso a llorar, sin dejar de deshacer las maletas se fue al baño a buscar papel higiénico y continuó su tarea. Era algo que le sucedía con frecuencia, estaba en el acto más estúpido cuando de repente las lágrimas la invadían y se ponía a llorar sin poder evitarlo. No encontraba conexión alguna entre las lágrimas que surgían espontáneas como si fueran las dueñas de su persona y lo que sucedía en el mismo momento. Había empezado a sucederle antes de que le prescribieran la enfermedad.

Un día se presentó a un casting para una comedia barata. Recién duchada, se había maquillado intentando tapar las ojeras y su aspecto desmejorado. Había salido de fiesta y aún tenía aliento a alcohol. Mientras esperaba en la sala contigua, ingería uno tras otro chicles de menta. Estaba nerviosa. Ese nerviosismo día tras día, noche tras noche no la dejaba en paz. No era capaz de descansar y mucho menos de concentrarse. Tenía en las manos las breves líneas que deberían ser pronunciadas tras la puerta en su casting. Movía los pies e ingería chicles de menta. El resto de aspirantes parecían tranquilas y seguras de sí mismas. Cecilia leía las frases y las repetía en voz baja. Pero a la mitad, aunque las pronunciara adecuadamente siempre creía equivocarse y miraba el papel. Era incapaz de concentrarse. Entró como siempre aparentando frescura y simpatía, dedicó una sonrisa juvenil a cada uno de los presentes y se colocó delante de las cámaras como si durmiera con ellas cada día. Recuperó un poco la seguridad y por un momento se dijo que podía hacerlo. Empezó sus frases y a mitad, las lágrimas. Imparables, fuera de control. Primero no se dio cuenta, pero después la voz se le empezó a quebrar, tenía las mejillas mojadas y mocos en la nariz. Esa fue la primera vez. Aún no sabía que tan mal iban las cosas.

martes, 27 de enero de 2009

dulce de leche

Hoy me sentía triste cuado miraba el bote gigante de dulce de leche. Las excavaciones de las cucharas habían dejado arañazos a lo largo del interior del bote y si no hubiera sido porque dentro era muy oscuro hubiera visto las entrañas de azúcar. Entonces recordé del día en que le pregunté a Manuel como sentía la presión del tiempo. Me había dicho que él se sentía en el interior de un tanque sin oberturas que iba llenándose de agua y que en algún momento llegaría a ahogarle. Me acuerdo que pensé que tristeza. Estábamos sentados en el balcón del hotel, era muy noche, apenas se veía el mar, yo bebía mezcal y me fumaba un cigarrillo, él solo estaba. Siempre debí saberle a vicio. Estoy casi segura de que él no conocerá esta sobriedad que a ratos me pone tan triste. Creo que tenía razón al pensar que el cigarro era una manera de evitar la vida, si una se la fumaba, siempre podía evitar que la vida se la fumara a una.

viernes, 23 de enero de 2009

Esta noche cocina el inconsciente

Ya de noche, en la cocina, coinciden mi padre y mi madre. Ella, aunque está cansada, aunque no quiere, aunque no tiene la obligación y nadie la presiona, le pregunta a mi padre si quiere un frankfurt para cenar. Mi padre le responde que sí. De mala gana se pone a calentar la salchicha, mi padre, ciego él pero no de la vista, le pide a mi madre que se lo ponga en el pan. De peor gana mi madre saca una barra de pan del cajón y cuando va a abrirla por la mitad, mi padre le pide que se lo haga al estilo Alemán, es decir, que le haga un agujero central a la barra de pan e inserte la salchicha en medio. Entonces, harta, mi madre se gira, agarra la salchicha con las manos y literalmente la hunde en el pan como si con ese trozo de carne pudiera excavar en el pan hasta llegar al centro de la tierra. Mi padre, atónito, se queda mirándola y acto seguido explota en un ataque de risa. Minutos después, tras decir unos cuantos tacos e imprecaciones, mi madre, vencida por la risa de mi padre, también acaba destornillándose de la escena.

miércoles, 21 de enero de 2009

Esas disertaciones estériles que tanto me gustan

Ya no me asusta la nueva redondez de mi cara. Quien le hubiera dicho a la Liliana adolescente que eso iba a suceder algún día. Nunca me hubiera creído, en ese momento ante semejante comentario hubiera girado la cara, desviado la mirada del espejo y detenido por un solo instante sus ejercicios de mandíbula reductores de papada para dedicarme una mirada incrédula y desdeñosa como el adolescente que cree que ya descubrió todos los secretos de la vida. No somos nada, cada día creemos que por fin hemos llegado al momento de lucidez exacto que nos servirá de timón para el resto de nuestras acciones, pero cada día tiene un ayer y un mañana, y por eso siempre resulta que estamos en el mismo punto. Con los años algo avanzamos y solo el tiempo sigue siendo el maestro que todo nos lo enseña. Me pregunto porque no serán nuestros dioses personificaciones de esa inexorable máquina que todo lo hace y deshace. Tal vez las representaciones de la madre naturaleza con sus estaciones se acercan vagamente a él. Me pregunto también, si realmente existieran los vampiros, si no serían ellos los verdaderos sabios de la humanidad. Porque está claro que nosotros por lo pronto de sabios no tenemos nada.

martes, 13 de enero de 2009

¿Dónde pongo la bomba?


Si no estoy tirando bombas no estoy haciendo nada. Esa es la sensación que tengo cuando me asaltan las dudas sobre el fin del mundo y descubro la veta de una cadena de engaños seculares de los que no era consciente hasta ese momento. Debería estar bombardeando a todos esos señores infames y a las televisiones y bah!... nunca se iba a acabar esta cadena. Entonces solo tengo ganas de tomar una mochila con lo imprescindible e irme a andar mundo, vivir el presente, retratar el ahora, el conflicto, el llanto y la injusticia. Y en esta última frase estoy exponiendo mis deseos más profundos. También se necesitará gente de la normal cuando todo esto suceda – Me dice Rafa. Y entonces me siento como en una película de ciencia ficción tipo Encuentros en la tercera fase. Soy de las normales ¿Pero qué voy a hacer con este deseo de no serlo? Es esta una enfermedad también de nuestra generación y yo aún no encuentro una medicina, una jeringa directa al ego que elimine esas ansias terribles y vergonzosas y que me convierten en una hipster en potencia, una más de las representantes del trash cultural y el consumo inconsciente de nuestra época. Para colmo tengo un blog. Soy lo peor.

jueves, 8 de enero de 2009

De puntitas

¡Liliana, por el amor de Dios, pon los talones en el suelo!” Me decía a mi misma hoy en el gimnasio. Si hubiera estado mi madre y pudiera leer los pensamientos, nos habríamos mirado a los ojos y después nos hubiéramos descojonado de risa. ¿Cuántos años me había dicho ella y había tenido yo que oír, Liliana pon los pies rectos!? Por lo menos 7 años consecutivos. Y digo esa cifra porque me es imposible cuantificar cualquier hecho de la infancia, pero durante muchos años tuve que escuchar a mis padres diciéndome que no torciera el pie, que no lo metiera pa’ dentro, que me fijara en como caminaba, y un sinfín de expresiones más al respecto. No es que el día de hoy yo estuviera corrigiendo un defecto grave, simplemente es que si me paso la clase haciendo los ejercicios de puntitas, me canso más y me veo peor en el espejo. Pero el regaño íntimo que me hice me trasladó a mi infancia y a mis pies torcidos. Por culpa de una rebeldía física: mi pies se empeñan en poner las puntas hacia dentro, me pasé mi infancia con la cabeza gacha controlando mis pies o con la cabeza alta levantándome del suelo. De niña durante al menos 1 año tuve que dormir con un aparato en los pies; dos zapatos estilo Remy pegados a una barra de metal de unos 70 cms. Una vez ponías los pies en ese aparato ya no podías unir las piernas ni torcer los pies, estabas obligada a dormir boca arriba y con los pies abiertos o bien de lado y con un pie en el aire que se acabaría quedando sin sangre tarde o temprano. Esa parte de mi torcedura sí era un auténtico suplicio. Recuerdo haberme despertado desesperada en mitad de la noche gimiendo por un cambio de posición en la cama. Había partes que también dolían, por ejemplo, si corría, mi pie derecho se torcía tanto que el izquierdo acababa tropezándose y los dos terminaban cayéndose y en consecuencia, yo también. Así me hice muchas heridas en esos años. Durante un tiempo mis padres me obligaron a cambiarme los zapatos de pie; o sea, el pie derecho en el zapato izquierdo, y el pie izquierdo en el zapato derecho. Así mis pies seguirían una pauta más abierta… aunque bien hubieran podido convertirse en los primeros pies transvertidos de la historia. La cuestión es que en algún momento se arregló, después de mucho insistir conseguimos que mis pies entendieran que la dirección correcta era otra, y que aunque estuvieran enamorados el uno del otro, no debían mirarse en pro de un futuro mejor. Y ahora al menos solo camino de puntitas en el gimnasio, un mal menor.

sábado, 3 de enero de 2009

Necesito un consejo para explotar

Me gustaría ser una taza de cerámica y que un martillo me hiciera saltar en pedazos. O una botella de cristal que explota en el congelador. No un yogurt que revienta en el microondas, pero sí un bloque de concreto que detona y desaparece. Un montón de papeles que se lleva el viento de una bocanada. Un cubo de agua que cae al suelo. Estornudar. ¿Me explico?

viernes, 2 de enero de 2009

Oda al auto-boicot

No sé si seré la única, pero hay algo que amarga mi existencia desde que de muy pequeña lo sentí por primera vez: el auto-boicot. De niña, cuando sucedía algo que me contrariaba o me disgustaba a menudo sentía la necesidad de hacer un berrinche que fuera molesto para mis progenitores, pero sobretodo que fuera molesto para mi misma. Entonces hacía algo que me perjudicara. A saber; si teníamos que ir a comer a un lugar que me encantaba, yo me negaba y prefería quedarme sola en casa de mi abuela. Una vez hecho esto me pasaba la tarde imaginando que bien estarían comiendo mis padres aquello que tanto me gustaba a mi. A medida que fui creciendo empecé a identificar y separar ese sentimiento del resto. De adolescente me volvía a suceder, y entonces me castigaba, ya no solo no yendo donde quería, sino dejando que alguien más comprara lo que yo deseaba o perdiendo oportunidades únicas. Quería que el castigo fuera más fuerte, que fuera doloroso, y ese dolor lo encontraba rápidamente rechazando algo que sería inalcanzable por siempre más. Así dejé pasar varias ocasiones y oportunidades que no se repetirán. Algunas cosas que no hice hubieran hecho felices a gente que he perdido. Durante un tiempo ese sentimiento se escondió. Creo que fue después de la adolescencia, entre la multitud de sentimientos y descubrimientos nuevos, el auto-boicot dejó de estar tan presente. Al volver lo hizo con fuerza renovada e inesperada para mi. Es como si todo ese tiempo hubiera estado hibernando y reponiéndose para volver con la fuerza necesaria para atraparme de nuevo. El auto-boicot se manifiesta ahora en cosas mucho más importantes en mi vida, sobretodo en mis relaciones. Por ejemplo, pienso algo, decido que voy a ser amable, cojo el teléfono llamo, y entonces no sé porque, lo juro, hay algo que hace que mi cabeza cambie de opinión por si sola y de instrucciones que yo no apruebo: si quiero ir a ver esa persona, no iré a verla, si quiero acompañarla a la montaña el día de mañana, no sé si podré. Y así me castigo. Casi siempre sucede esto cuando hay un motivo, por lo general insuficiente, que me hace sentir mal, un pequeño rechazo puede generar en mi, no una furia hacia la otra persona, sino una furia autodestructiva. Como estos últimos días ha hecho méritos suficientes para dedicarles una oda amarga, hoy he decidido ponerlo por escrito, a ver si así se calma un ratito.