Este sábado que parece domingo, está lleno de canciones melancólicas, de clavos en la pared para cuadros que nunca se colgaron.
Los pasos en el suelo de madera mueven las plantas de casa y fuera las hojas ondeantes de las palmeras hacen el resto.
Después de pláticas puntuadas por silencios tranquilos, nuestros cuerpos mohosos por la trasnochada se hunden en el sofá. Y poco a poco el naranja de la tarde da vida a las paredes de este comedor.
Intento pensar; aunque parece que hoy mi cerebro ha cedido el comando al corazón, y ya sólo puedo recordar extraños recuerdos que nunca han sido, que me son impropios.
Y si supiera, alzaría una plegaria, le pediría a algo, a alguien… a todo:
Que las lágrimas no dejen de correr, abajo y abajo, lenta y calurosamente, hasta que su sal nos queme la lengua.
jueves, 10 de julio de 2008
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