sábado, 20 de diciembre de 2008

deseos


Yo recuerdo haber sido la niña que le gritaba Cabrón a su abuelo en el vídeo familiar. Tengo recuerdos de haber sido la niña que después de caerse 5 escalones llegaba al suelo y rechazaba la ayuda diciendo ya está, ya está. Recuerdo también abrirme la rodilla con el alquitrán en grano al huir de la pescadería con el canasto de mi madre en un acto heroico ¡Y ahora me siento tan lejos de todos esos recuerdos! Busco esa niña día tras día. A veces pienso que tal vez con espartanismo y ascetismo lo pueda conseguir, entonces dejo de fumar 15 días, no bebo y salgo poco. Atisbo algo de lucidez en esa sobriedad, pero siempre llega un momento en que acabo abandonándome de nuevo. No soporto estar en un único estado de consciencia. Me aburre. Pienso luego, que nunca podré tocar a esa niña de nuevo. Que nunca alcanzaré mis metas porque soy una perezosa, una alma sin voluntad. Y me odio con vehemencia. ¿Debe una luchar por algo que no le es natural? ¿No deberían ser nuestras metas iguales a nuestros deseos? Tenía mucha razón, quien hace un tiempo, me dijo que lo verdaderamente difícil es saber lo que deseamos realmente. Porque haceros la pregunta: ¿Qué es lo que deseáis? Sinceramente, es complicado responder a esta pregunta sin pasar por la barrera de “lo que escogisteis desear” y prometisteis conseguir, y que de no hacerlo, será alta traición al propio ego. Así que muchas veces más nos vale responder una mentira y seguir fingiendo que realmente deseamos lo que escogimos, hacer creer que somos firmes en nuestros propósitos para que nos tomen en serio y que estamos dotados de cierta clarividencia mental que nos conducirá irremisiblemente a la meta. Imaginaros ahora la meta. ¿De qué valdrá si no es realmente lo que deseamos? Me pregunto si nos conformaremos en haber logrado lo que aparentamos y si eso nos dejará tranquilos por el resto de nuestra existencia.