En ese momento yo me moría por ser una de esas almas vacilantes y heridas de la gran ciudad. Una más de esas luces artificiales que se movían parpadeantes o fugaces.
Yo quería estar entre esa multitud paria y sin rumbo.
Quería oler el asfalto mojado, dejar resbalar mi vista por él hasta perderme en un callejón sin salida donde todos mis miedos pudieran pasear en la oscuridad.
Y dejar que mi figura se esfumara al final de la calle, con el abrigo ondeante y las manos en cruz. Siempre dejándome perder, pero siempre esperando ser vista
jueves, 10 de julio de 2008
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