miércoles, 21 de enero de 2009

Esas disertaciones estériles que tanto me gustan

Ya no me asusta la nueva redondez de mi cara. Quien le hubiera dicho a la Liliana adolescente que eso iba a suceder algún día. Nunca me hubiera creído, en ese momento ante semejante comentario hubiera girado la cara, desviado la mirada del espejo y detenido por un solo instante sus ejercicios de mandíbula reductores de papada para dedicarme una mirada incrédula y desdeñosa como el adolescente que cree que ya descubrió todos los secretos de la vida. No somos nada, cada día creemos que por fin hemos llegado al momento de lucidez exacto que nos servirá de timón para el resto de nuestras acciones, pero cada día tiene un ayer y un mañana, y por eso siempre resulta que estamos en el mismo punto. Con los años algo avanzamos y solo el tiempo sigue siendo el maestro que todo nos lo enseña. Me pregunto porque no serán nuestros dioses personificaciones de esa inexorable máquina que todo lo hace y deshace. Tal vez las representaciones de la madre naturaleza con sus estaciones se acercan vagamente a él. Me pregunto también, si realmente existieran los vampiros, si no serían ellos los verdaderos sabios de la humanidad. Porque está claro que nosotros por lo pronto de sabios no tenemos nada.

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