Era
la última de siete. Hacía ocho meses que su hermana gemela había muerto y ahora
tenía siete casetas para ella y un jardín desolado marcado por la erosión de la
hierba que había trazado la manada cuando todavía existía. Autopistas de la
melancolía por donde sus amos la veían pasearse una y otra vez. Quedarse la
última era tener la peor mala suerte imaginable. Quedarse la última era como
entrar en un mundo nuevo. Un mundo donde ya no volvería a sentir las cuerdas
del trineo apretándose a su cuerpo durante el ascenso del camino ni la nieve quemándole
los pies. Scali se llamaba y era una preciosa huskie en un pueblo de veraneo.
lunes, 21 de abril de 2014
viernes, 18 de abril de 2014
Los entresijos biológicos
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Las abuelas duermen menos. No sé
porque últimamente me ha dado por escribir sobre la madurez biológica y sus
entresijos mentales. Pero aquí estoy.
Para nadie es un secreto que las abuelas y los abuelos duermen menos. Yo tengo nítidos recuerdos de cómo los míos se quedaban despiertos hasta más tarde y cuando yo me levantaba mi abuelo ya había desayunado y mi abuela me esperaba con el mío listo. Hasta que un día no se levantaron más.
Esta mañana temprano fui a sacar los perros y me encontré a la abuela de al lado fumándose un cigarrillo (abro paréntesis porque es raro ver a abuelas fumar hoy en día, reflexionad si no) y contemplando el paisaje por encima de las cuerdas de tender la ropa. Me imaginé el desayuno listo en la mesa familiar de la casa vecina, esperando a que el resto de miembros se levantaran. Seguro que la noche anterior, cuando ya todo el mundo estaba en la cama, ella fregó los platos y todavía se quedó un rato más frente al televisor a ver como la farándula española se peleaba. ¿Qué es este comportamiento del cuerpo? Tal vez sea que el organismo nos brinda la oportunidad de aprovechar al máximo las luces del día antes de que llegue la noche definitiva.
Para nadie es un secreto que las abuelas y los abuelos duermen menos. Yo tengo nítidos recuerdos de cómo los míos se quedaban despiertos hasta más tarde y cuando yo me levantaba mi abuelo ya había desayunado y mi abuela me esperaba con el mío listo. Hasta que un día no se levantaron más.
Esta mañana temprano fui a sacar los perros y me encontré a la abuela de al lado fumándose un cigarrillo (abro paréntesis porque es raro ver a abuelas fumar hoy en día, reflexionad si no) y contemplando el paisaje por encima de las cuerdas de tender la ropa. Me imaginé el desayuno listo en la mesa familiar de la casa vecina, esperando a que el resto de miembros se levantaran. Seguro que la noche anterior, cuando ya todo el mundo estaba en la cama, ella fregó los platos y todavía se quedó un rato más frente al televisor a ver como la farándula española se peleaba. ¿Qué es este comportamiento del cuerpo? Tal vez sea que el organismo nos brinda la oportunidad de aprovechar al máximo las luces del día antes de que llegue la noche definitiva.
jueves, 17 de abril de 2014
Esas que eran otras
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A medida que nos acercamos a las
generaciones venideras esa sensación de identidad ambigua, de colectivo borroso
e indefinido empieza a despejarse. Hay ahí personas que cobran individualidad.
De pronto me parece curioso como antes íbamos por la calle con visión de tubo,
un tubo por el que sólo pasaban las personas de nuestra generación o bien de
una generación anterior, ya vivida. El resto eran extras, como decía una
conocida. Vivimos una vida donde a medida que crecemos los extras se van
convirtiendo en personajes secundarios y luego en compañeros de reparto. La edad es muy egoísta, o tal vez sólo sea un
mecanismo del instinto para centrarnos nuestra edad biológica. La verdad es que
entonces conozco algunos que sólo deben ver niños de cinco años por la calle.
Como en esos anuncios en los que visten a niños de adultos para crear una
contradicción visual. Sí eso es, algunos viven en una contradicción mental.
Mientras, los que afortunada o desafortunadamente vamos pasando de una
generación a otra, los que simplemente nos dejamos guiar por la edad de nuestro
cuerpo empezamos a reconocer en esos que antes eran otros, que antes eran
borrosos, a unos iguales. Cuando cae el blur es una clara señal de que estamos
entrando por la siguiente puerta.
martes, 14 de mayo de 2013
Esto no es un resfriado
Estoy enferma de la
enfermedad de mi madre. De la enfermedad de mis tías, de la de mis abuelas. Hoy
estoy enferma, no. Hoy me doy cuenta de que estoy enferma. Lo he estado
siempre, pero como esto es como una alergia, no sale a la superficie, no se
manifiesta si no es cerca del agente alérgeno, hasta hoy no me he dado cuenta.
Pero estoy enferma. Muy enferma, más de lo que sabía. Se diría que estoy
enferma terminal y que la única forma de curarme es cambiar. Qué difícil. Ni
una queja más, ni una. A partir de hoy, tolerancia cero con mis fantasmas.
Imágenes que se pegan
Había tanta sangre en la
papelera del baño, que la imagen me transportó de pronto y sin remedio a los
puntos o cuadrados o rectángulos o lo que coño sean esas formas irregulares de
las baldosas de la cocina moviéndose bajo mi mirada, intentando con su baile caótico
traerme de nuevo a la tierra. Que feas me parecen esas baldosas, casi tan feas como
las compresas llenas de sangre de la papelera del baño ¿Por qué entonces
hipnotizan la mente esas imágenes? ¿se regirá por la ley “la violencia engendra
violencia”? Tanta mierda en la cabeza necesita canalizarse en imágenes reales,
secas, sucias, feas para que cuando las abandones – cuando te alejes del lugar
- al menos tengas la impresión de que estás dejando ahí parte de tu mierda.
sábado, 6 de abril de 2013
cabalgar
Siempre viajo con tu semen
embadurnado en mi cuerpo. Me lo llevo casi sin darme cuenta, es tan normal que
si me pudieras preñar por el ombligo ya hubiéramos tenido una camada de bebés.
Muy pocas veces me acuerdo de que lo llevo encima, y cuando lo hago, a parte de
sentirme ocultamente desnuda entre la multitud, los recuerdos suben flotando a
la superficie de la mente para darle a los ojos esa expresión que ya conoces
bien y has aprendido a temer en la reverberancia de nuestras voces en la habitación.
Es en tu miedo cabalgando en el que entonces me gustaría huir lejos muy lejos
al país de siempre jamás llevándome tu semen conmigo: sería el recuerdo sucio
de nuestros días más limpios.
Cabalgaría imaginando que
estoy Donde Jinetes Furiosos Gimen de Querer y me buscan para penetrarme como
en el paraíso: sin consciencia.
viernes, 15 de marzo de 2013
Mentiras que unen
De pequeña era yo quien mentía a mi padre.
Quería ser la mejor jugadora de fútbol, la más valiente, la más lista, la más
guapa, la más respetada, las más. Le contaba anécdotas escolares que nunca
habían sucedido o que habían sucedido de forma, digamos, un tanto diferente a
como yo las relataba. Supongo que les debía poner demasiada fantasía porque en
algún momento llegaba mi madre y decía - ¿no ves que es mentira? – desmontando
ese mundo en el que estábamos yo y mi padre, yo siendo la más grande y él
escuchándome como si todo fuera verdad. Claro que era mentira, pero ¿qué más
daba? ¿por qué tenía que venir ella a jodernos ese momento? ¿por qué tenía que
llegar siempre con el látigo de la realidad a romperlo todo?
Recuerdo el odio que sentía en ese
momento. La vergüenza también. De pronto “la más” desaparecía y se convertía en
una niña triste, llena de fantasía y buenas intenciones, incapaz de
relacionarse con sus compañeros de escuela. Y se desvanecía por el pasillo
hacia la habitación sin mirar a su padre a los ojos. Prefería no ver la mirada
de decepción que imaginaba en esos momentos caía sobre ella.
Hoy, ese “¿no ves que es mentira?” sigue
saliendo de la boca de mi madre, pero en una dirección distinta. Es ahora a mi
padre a quien señala. Sin embargo yo a este lado del teléfono pienso que lo que
me dice es verdad – ¿a lo mejor él también lo pensó en algún momento de mí? – y
tenemos ese momento de intimidad que se interrumpía en el pasado. No dura
mucho. Siempre está mi madre para destruir cualquier fragilidad del espíritu
que se exponga. Y entonces lo señala. Ambos necesitamos que el otro nos admire,
incluso a nuestras mentiras. Yo no
le puedo mirar a los ojos, pero si lo hiciera intentaría transmitirle compasión
y amor, me gustaría poder hacerlo. Tal vez así, la niña pequeña que sigue alejándose
por el pasillo podrá girarse con tranquilidad y ver que su padre la mira como
si fuera la más grande.
martes, 19 de febrero de 2013
El rebelde triste
- Es ley de vida.
- Sí... pero ¿qué se hace cuando tienes la impresión de que esa ley te pasa por encima?
- ¿Te rebelas ante la vida?
- Sí... pero ¿qué se hace cuando tienes la impresión de que esa ley te pasa por encima?
- ¿Te rebelas ante la vida?
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